jueves, 19 de diciembre de 2013

Un día decidí irme


Un día decidí irme. Así de simple. Agarré todos esos sueños utópicos que siempre tuve, todos esos amores platónicos y decidí convertirlos en realidad. 

No vengo de una familia viajera, aunque si tengo algo de ruta en la sangre. Mi abuelo Julio, que murió cuando mi mamá tenía 17, tenía un micro de larga distancia. Se usaba como  micro escolar, pero solía hacer largos viajes con grupos de gente a todas partes del país. De La Quiaca a Ushuaia. De hecho al volver de Salta una vez, sufrió las críticas de mi abuela por volver con varios kilos de más, gracias a las empanadas salteñas.

"Cada vez que comprábamos un micro había que ablandarlo. Esas fueron nuestras únicas vacaciones. Dormíamos en el piso del micro sacando uno o dos asientos y poniendo colchones. Así conocimos Monte Hermoso, las playas, Tandil. Una vez fuimos con un grupo de mochileros que iban cantando junto con mamá y Marce que era chiquito. Otra vez fuimos a Sierra de la Ventana con la tía Norma, la abuela, unos tíos de mi vieja y unos primos también.

No terminé de leer pero ya se me frunció el alma"


Mail que me mando mi vieja apenas publiqué esta entrada. No sabía que la estaba escribiendo, ni mucho menos que la iba a publicar acá.
Nota: "Marce" es Marcelo, mi tío. El que está en brazos de mi tía Norma en la siguiente foto.



El micro y la familia en el 67'
Mi abuelo en Salta

Algunos de ustedes, por lo menos los que me conocen desde jardín o la primaria, recordarán que mi abuela manejaba un micro escolar, el 9 de la flota de micros escolares del Colegio Santa Cruz. Un hermoso Mercedes-Benz donde pasé todas las mañanas y todas las tardes escolares de mi vida desde jardín hasta 6to grado. Sí, mi abuela manejaba un micro escolar. Y no de esos chiquitos urbanos, era un micro de distancia media, de esos que iban a la costa por ejemplo.

Mis abuelos

Cuando mi abuelo murió alguien tenía que mantener a la familia, y fue mi abuela la que agarró las llaves y salió a manejar. Y así fue hasta que en las navidades del ’95, cuando las llaves del micro pasaron a otro Salinas, mi tío. Pero ese fue el último Salinas que manejó el Micro 9. Un día se vendió, y según escuché, se convirtió en un motorhome, o casa rodante, para poder seguir viajando.

Mi mamá fue de mochilera al sur, antes de mi repentina aparición. Mi viejo viajó con ella al sur en otra oportunidad, pero no hubo muchos más viajes que yo sepa.

Noviembre del 85'

Yo no fui a Disney, ni a Brasil, ni a Europa. Hay realidades económicas a las que hay que saber ajustarse, aunque siempre la mente parece volar más lejos que uno. Lo importante es siempre intentar alcanzarla, hasta que un día lo logres, la agarres de la cola y vuelen juntos de ahí en adelante. A veces hay que darle cierta ventaja a la imaginación, para ver a donde va y así seguirla.

De chico fui a Bariloche con mi mamá, Córdoba con mi viejo, y varias visitas a la costa. Pero la primera vez en mi vida que salí del país fue a los 14 aproximadamente, cuando mi viejo, su entonces novia y yo, subimos al auto de ésta y nos fuimos a Atlántida, Uruguay, previo paso por el carnaval de Gualeguaychú. Recuerdo que me sorprendió ver la amabilidad de la gente uruguaya y lo lindo de sus playas. Pero lugares como Europa siempre parecieron a años luz. Siempre soñé con viajar por todo el mundo, y vivir en lugares donde me viera obligado a hablar en otro idioma. Pero siempre pareció algo prácticamente inalcanzable. Soñaba tanto despierto como dormido. Cuando ocurría lo segundo me despertaba siempre con la alegría de haber viajado aunque sea un poquito, en mi imaginación subconsciente.

Mi vieja y yo en Bariloche

Pero un día decidí irme. En serio. Decidí dejar todo, todo, e irme a vivir ese sueño. No tenía miedo, sí ansiedad, y solía intentar imaginarme allá. Tengo muy viva la imagen que solía crear en mi cabeza de como sería Nueva Zelanda y como sería estar allá. No había visto ni fotos de cómo era. El viaje se veía todavía tan lejano y tan abstracto.

Así fue hasta el momento en que salí de la ducha, las valijas estaban hechas, y estaban todos en el living de mi casa mirándome, esperándome para ir a Ezeiza. Entré en pánico. ¿Qué iba a hacer? ¿Dónde iba a trabajar? ¿Con quién iba a estar? ¿Qué carajo iba a hacer yo sólo en la otra punta del mundo? ¿Cuándo volvería a verlos a todos ellos que estaban ahí?...ya no estaba seguro de querer irme. Durante el viaje hacia Ezeiza no emití palabra. Estaba casi seguro que no iba a subir al avión. Estaba convencido de que si subía al avión, iba a bajarme antes de que cerraran la puerta. 



Pero era un pez en el mar. Un cóndor planeando entre las cumbres de los Andes. Mirtha Legrand en la televisión. Estaba en mi esencia, y ni sabía que tenía una.

Estoy en el centro de la foto. Conical Hill, Hanmer Springs, Nueva Zelanda.

Hoy estoy en ese mismo living. Todavía no hay valijas, pero sí hay pasajes y una decisión tomada. Voy a llegar allá el 30 de mayo, y el 31 va a llegar Ben, el pibe inglés que conocí en NZ.

Las sensaciones y sentimientos son distintos, pero estoy acá nuevamente a meses de emprender un nuevo viaje. Con un poquito más de planificación, pero con la misma incertidumbre final.



No les voy a mentir, el sentimiento de espera es maravilloso. 

Y así, un día decidí irme, de nuevo.