viernes, 1 de abril de 2016

Amo los aeropuertos


Amo los aeropuertos, amo viajar, amo... bueno, ya todo eso lo saben. Pero es cierto, los aeropuertos me generan algo increíble. Sea yendo a un lugar nuevo o volviendo a uno viejo, me siento como un nene a las 11:55 pm del 24 de diciembre. Y así, extraño ese sentimiento el resto del año. Por eso, para que yo sea feliz quedándome en un lugar, tiene que ser un lugar que me enamore cada día. Tiene que ser un lugar que al despertarme y recordar que estoy ahí, sonría a pesar de tener los ojos secos e hinchados, y de tener el usual mal humor que me acompaña cada mañana (y sólo los que vivieron conmigo saben la magnitud de mi mal humor mañanero). Tiene que ser un lugar que cada día me empuje a salir, y a sonreír por el sólo hecho de estar ahí.

Desafortunadamente, Río de Janeiro ya no hacía eso por mí, y por eso decidí irme. Se imaginarán que no fue una decisión fácil, pero hace tiempo que aprendí a escuchar lo que mi corazón tiene para decir, y el mensaje ahora fue claro. Eso me llevó a cada experiencia increíble de mi vida, nunca se equivocó, y cuando las cosas no salieron bien, fueron justamente porque no lo supe escuchar.

Así en dos días decidí irme. Un lunes a la mañana lo decidí, un martes a la noche me subía a un avión. Rápidamente tuve que elegir que traía conmigo y que no, ya que todo lo coleccionado durante un año y medio, y una pasada por Buenos Aires no entraba en mi valija. Tuve que correr a cerrar cuentas bancarias y teléfonos. De pronto vi que todo lo que estaba haciendo, cada lugar por donde pasaba, iba a ser la última vez que lo hiciera en quién sabe cuánto tiempo. De pronto vi que ese lugar que supo ser mi hogar, y esa gente que supo ser mi familia, mis amigos y mis compañeros de trabajo quedaban ahí y no entraban en la valija. Me estaba yendo sin saber exactamente a dónde, sólo sabía que me iba y que estaba cerrando una etapa gigante en mi vida, sin tener idea de cómo iba a ser la siguiente. Una charla inesperada con una persona increíble que conocía hacía poco, mientras comíamos unos "pão de queijo" con "açaí" en mi barcito preferido, en mi barrio preferido de Rio de Janeiro, me hizo darme cuenta qué tengo que hacer. Era obvio, siempre lo fue, sólo que durante mucho tiempo elegí no escucharme a mí mismo.


Aterricé en Buenos Aires y decidí tomarme un tiempo para descansar (merecidamente) y disfrutar de la familia y los amigos. Llegué un jueves y la ciudad (o mejor dicho su gente) me recibió de la mejor manera que podía recibirme, y así supe que había hecho bien.

Realmente no sé qué va a pasar, ni cuándo. No sé cómo me va a salir todo, pero sé lo que quiero y voy detrás de ello, así, sé que todo va a salir bien. Elijo una vez más el camino de lo impredecible y de seguir mi instinto, y me encanta.


En Buenos Aires hasta próximo aviso.


Rio de Janeiro



Largo do Curvelo, Santa Teresa
Largo do Guimarães, Santa Teresa



Açaí con Granola
Largo do Guimarães con Rian

Nati Limão






Buenos Aires