jueves, 19 de diciembre de 2013

Un día decidí irme


Un día decidí irme. Así de simple. Agarré todos esos sueños utópicos que siempre tuve, todos esos amores platónicos y decidí convertirlos en realidad. 

No vengo de una familia viajera, aunque si tengo algo de ruta en la sangre. Mi abuelo Julio, que murió cuando mi mamá tenía 17, tenía un micro de larga distancia. Se usaba como  micro escolar, pero solía hacer largos viajes con grupos de gente a todas partes del país. De La Quiaca a Ushuaia. De hecho al volver de Salta una vez, sufrió las críticas de mi abuela por volver con varios kilos de más, gracias a las empanadas salteñas.

"Cada vez que comprábamos un micro había que ablandarlo. Esas fueron nuestras únicas vacaciones. Dormíamos en el piso del micro sacando uno o dos asientos y poniendo colchones. Así conocimos Monte Hermoso, las playas, Tandil. Una vez fuimos con un grupo de mochileros que iban cantando junto con mamá y Marce que era chiquito. Otra vez fuimos a Sierra de la Ventana con la tía Norma, la abuela, unos tíos de mi vieja y unos primos también.

No terminé de leer pero ya se me frunció el alma"


Mail que me mando mi vieja apenas publiqué esta entrada. No sabía que la estaba escribiendo, ni mucho menos que la iba a publicar acá.
Nota: "Marce" es Marcelo, mi tío. El que está en brazos de mi tía Norma en la siguiente foto.



El micro y la familia en el 67'
Mi abuelo en Salta

Algunos de ustedes, por lo menos los que me conocen desde jardín o la primaria, recordarán que mi abuela manejaba un micro escolar, el 9 de la flota de micros escolares del Colegio Santa Cruz. Un hermoso Mercedes-Benz donde pasé todas las mañanas y todas las tardes escolares de mi vida desde jardín hasta 6to grado. Sí, mi abuela manejaba un micro escolar. Y no de esos chiquitos urbanos, era un micro de distancia media, de esos que iban a la costa por ejemplo.

Mis abuelos

Cuando mi abuelo murió alguien tenía que mantener a la familia, y fue mi abuela la que agarró las llaves y salió a manejar. Y así fue hasta que en las navidades del ’95, cuando las llaves del micro pasaron a otro Salinas, mi tío. Pero ese fue el último Salinas que manejó el Micro 9. Un día se vendió, y según escuché, se convirtió en un motorhome, o casa rodante, para poder seguir viajando.

Mi mamá fue de mochilera al sur, antes de mi repentina aparición. Mi viejo viajó con ella al sur en otra oportunidad, pero no hubo muchos más viajes que yo sepa.

Noviembre del 85'

Yo no fui a Disney, ni a Brasil, ni a Europa. Hay realidades económicas a las que hay que saber ajustarse, aunque siempre la mente parece volar más lejos que uno. Lo importante es siempre intentar alcanzarla, hasta que un día lo logres, la agarres de la cola y vuelen juntos de ahí en adelante. A veces hay que darle cierta ventaja a la imaginación, para ver a donde va y así seguirla.

De chico fui a Bariloche con mi mamá, Córdoba con mi viejo, y varias visitas a la costa. Pero la primera vez en mi vida que salí del país fue a los 14 aproximadamente, cuando mi viejo, su entonces novia y yo, subimos al auto de ésta y nos fuimos a Atlántida, Uruguay, previo paso por el carnaval de Gualeguaychú. Recuerdo que me sorprendió ver la amabilidad de la gente uruguaya y lo lindo de sus playas. Pero lugares como Europa siempre parecieron a años luz. Siempre soñé con viajar por todo el mundo, y vivir en lugares donde me viera obligado a hablar en otro idioma. Pero siempre pareció algo prácticamente inalcanzable. Soñaba tanto despierto como dormido. Cuando ocurría lo segundo me despertaba siempre con la alegría de haber viajado aunque sea un poquito, en mi imaginación subconsciente.

Mi vieja y yo en Bariloche

Pero un día decidí irme. En serio. Decidí dejar todo, todo, e irme a vivir ese sueño. No tenía miedo, sí ansiedad, y solía intentar imaginarme allá. Tengo muy viva la imagen que solía crear en mi cabeza de como sería Nueva Zelanda y como sería estar allá. No había visto ni fotos de cómo era. El viaje se veía todavía tan lejano y tan abstracto.

Así fue hasta el momento en que salí de la ducha, las valijas estaban hechas, y estaban todos en el living de mi casa mirándome, esperándome para ir a Ezeiza. Entré en pánico. ¿Qué iba a hacer? ¿Dónde iba a trabajar? ¿Con quién iba a estar? ¿Qué carajo iba a hacer yo sólo en la otra punta del mundo? ¿Cuándo volvería a verlos a todos ellos que estaban ahí?...ya no estaba seguro de querer irme. Durante el viaje hacia Ezeiza no emití palabra. Estaba casi seguro que no iba a subir al avión. Estaba convencido de que si subía al avión, iba a bajarme antes de que cerraran la puerta. 



Pero era un pez en el mar. Un cóndor planeando entre las cumbres de los Andes. Mirtha Legrand en la televisión. Estaba en mi esencia, y ni sabía que tenía una.

Estoy en el centro de la foto. Conical Hill, Hanmer Springs, Nueva Zelanda.

Hoy estoy en ese mismo living. Todavía no hay valijas, pero sí hay pasajes y una decisión tomada. Voy a llegar allá el 30 de mayo, y el 31 va a llegar Ben, el pibe inglés que conocí en NZ.

Las sensaciones y sentimientos son distintos, pero estoy acá nuevamente a meses de emprender un nuevo viaje. Con un poquito más de planificación, pero con la misma incertidumbre final.



No les voy a mentir, el sentimiento de espera es maravilloso. 

Y así, un día decidí irme, de nuevo.

sábado, 12 de octubre de 2013

(no TKL) Sueños de plumas negras y alas copadas



Estuve toda la semana enfermo. El lunes me atacó una fiebre sin razón clara, y estuve con picos entre 38°5 y 39°5 hasta el miércoles, mejorando a partir del jueves. Pero con dolores de cabeza constantes, variando la intensidad. Gracias a esto no pude subir la segunda parte de la actualización del blog, “Musicología II”. De todas formas, mi compu quedó en lo de mi viejo, ya que pasé la semana anterior allá, y pensaba volver el domingo a ver el superclásico después de un asado en Fco. Álvarez, pero nunca llegué.

sábado, 1 de junio de 2013

El fin de The Kiwi Life


Admito que no me veía tan ansioso, pero cada cosa que pasaba, cada hora que pasaba que me acercaba más, me ponía una sonrisa en la cara y hacía que me moviera en mi asiento. Era algo en lo que había pensado hacía mucho ya, pero parecía nunca venir.

No puedo decir que se haya pasado volando ni que haya sido eterno, todo pasó en el tiempo en que tenía que pasar. Pero era una sensación muy extraña, hasta ambigua. De todas formas nada quitaba que estuviera verdaderamente contento y hasta sorprendido, ya que en ninguno de mis planes aparecía como opción, pero aquí estaba.

Las horas que pasé en el Aeropuerto de  Sidney no fueron la ayuda en la transición que hubiera esperado. Si bien fue un empujoncito anímico que me acercó un poco más a mi destino, no me hizo sentir que me alejaba de NZ. El primer cachetazo fue tal vez esperar en la mini sala de embarque, rodeado en su mayoría por argentinos. Hacía tanto tiempo que no estaba en un lugar rodeado de argentinos y donde se escuchaba español por todos lados. Pero más se sintió al abordar el avión de Aerolíneas Argentinas. Sé que suena crudo decir que pasamos de un avión de primer nivel, comodidad y tecnología de Air New Zealand a un avión decorado y equipado por última vez a fines de los ‘80. Antes que eso, el “azafato” con cara de argentino recibiendo en inglés a los turistas y en castellano a los que teníamos caras obvias de latinos, en ambos casos, con fuerte acento argentino. Creo que ese fue el punto de no retorno. 


Aeropuerto Internacional de Sydney. Sólo una pequeña parte de él.


Tal vez suene simple, hasta superficial resaltar el cambio entre bajarse de un avión equipado con una pantalla táctil y sistema de entretenimiento  completo personalizado, donde yo elegí la película que quise ver, y subirse a un avión con un proyector  al frente desenfocado. Fue un paso más grande de lo que parece, fue un cambio de sociedad. Fue bajarme de algo muy kiwi, algo muy prolijo y en pos de un buen servicio, algo que simbolizaba mi vida en el último año y medio, y subirme a algo que era típico símbolo argentino. Pasé de viajar en el 7 de Wellington donde tocabas el timbre sentado y en la parada te esperaban que te pares, camines a la puerta y bajes con un vociferante “gracias chofer”, al 7 que te deja en retiro y si no arranca antes de que termines de bajar, llega tarde a destino. Fue algo tan simple como un cambio de avión, pero para mí fue un cambio de país. Fue el fin de mi viaje, ya estaba en Argentina.

Durante el viaje no hubo nada rescatable, a nivel interesante. Mi compañera de asiento era una escocesa que venía de visita, excitada por venir a Buenos Aires. Dormí algo, y vi alguna serie en la compu otro rato. Y de pronto, vi tierra. 

Campo. Quería decirle a la escocesa “mirá, esa es mi tierra”, pero me imaginé que sonaría bastante estúpido y que jamás iba a comprender lo que pasaba por dentro mío en ese momento. Creo que igual se lo dije.

Un año y medio para mí fueron el fin y comienzo de muchas cosas, y la transformación de muchas otras. Ver de vuelta tierra Argentina fue fuerte. Muy fuerte. El campo y el gaucho fueron dando lugar a los poblados y pueblerinos, y estos a la ciudad. Cada anuncio del piloto me estrujaba por dentro. Las ruedas tocaron suelo. Estaba en casa.

Es difícil explicar lo que pasa por dentro uno en estos momentos. Meses y meses de escuchar a mi vieja que se ponía a llorar cada vez que decía “hola ma” por teléfono. Mis amigos y sus “te extraño puto” que sabés todo lo que significa. Un año y medio sin ver a todas esas personas que fueron parte de mí durante toda mi vida. Que de pronto, de un día para el otro no nos vimos más. Estaba de vuelta.

Puse el primer pie en tierra. Quería hacer de ese momento algo romántico como el primer paso de Neil Armstrong en la superficie lunar, pero fue complicado determinar si la manga era tierra o no, si el suelo firme del aeropuerto lo era, o si el primer paso tras las puertas de salida al estacionamiento lo fueron. Por ello tendremos que hacer un par de ajustes a la hora de hacer la película autobiográfica. Ya que estamos hacemos la despedida algo más como Humphrey Bogart en Casablanca. 

Fuera cual fuese el primer paso, definitivamente estaba en territorio argentino. A sólo unos metros estaban mis viejos esperándome, tras algunas paredes. La última imagen que tuve de ellos fue mi vieja llorando, y mi viejo en estado de shock, despidiéndome en ese mismo aeropuerto. Ellos también habían cambiado durante este tiempo, no sólo yo. Esa madrugada del 8 de agosto del 2011 también habían estado mi tío Marcelo, mi tía Norma (ver “despedida de una persona eterna”) y Gimena, mi ahora ex novia. (ver "no me quiere ni hablar y me bloqueó hasta en Facebook")

Me tomé mi tiempo y disfruté cada segundo. Inmigración fue lo primero. El pibe ahí me informó que mi número de DNI estaba asociado a una cédula de identidad cuyo propietario tenía alguna causa legal pendiente y por ello tenía prohibida la salida del país. ¡Genial! Me mandan de vuelta a NZ. O me dejan varado ahí hasta que me compre un pasaje a otro lado. ¿Uruguay capaz? No hubo problema, ya que yo viaje con mi pasaporte y no la cédula. Esperé mi valija pacientemente. Muy pacientemente.

¿Habrán mandado bien la valija? La última vez que la vi fue en el aeropuerto de Nelson. En Auckland, Air New Zealand me llevaba las valijas de un avión a otro, y en Sydney, alguien hacía lo mismo, dejando mi valija en el depósito del Airbus de Aerolíneas Argentinas.
¡Mi valija está en Sydney! La puta madre. ¿Y ahora cómo hago? Algo que reconocí como los restos de mi valija aparecieron al fin. Con algunas faltantes decorativas, y cortes y raspaduras cual rodilla de nene de 10 años en el recreo escolar, pero estaba ahí. Ahora aduana. No tengo nada que declarar, ¿que compré allá? Estos auriculares de 35 dólares. Que se partieron y en vez de traerlos alrededor del cuello bien facheros, los traigo en la mano con los 6 metros de cable enrollados alrededor del mismo. Creo que "apelotonados" es más apropiado.

Siempre quise aparecer en Ezeiza con todo el glamour, con mis pelos al viento, mis Rayban, mis auriculares reposando en el cuello, mi mochila colgando sobre un hombro, y la valija en la mano contraria. A lo modelo de valijas “Chanel”.

Los Rayban nunca me llegaron, los auriculares rotos iban en la mano en la que sostenía también la campera de invierno (era pleno verano), el cuello torcido de intentar dormir en el avión, y la valija destartalada. Fui más bien el Chavo llegando a Acapulco.

Pero estaba llegando. La Aduana era un molinete. Pasé y ni me miraron. Podía llevar diamantes, cocaína, un huevo de kiwi en un bolsillo, y una serafia (o cerafia, ver nota al final) en el otro, que nadie se iba a dar cuenta. Otra habitación más. Taxis y transportes a la ciudad, como Manuel Tienda León. Seguí caminando, faltaba menos.

Y vi la puerta al final de la habitación. El final tangible de mi viaje, el final de The Kiwi Life.  Vi a la gente salir y doblar hacia ambos lados, y tras una cinta, las familias y conocidos que venían a recibirnos a todos los pasajeros. Sabía que todos estaban ahí. Sonreí  y caminé hacia la puerta.


Vuelo de Air New Zealand de Auckland a Sydney.
Películas, series, música o video juegos a elección.
Y un señor almuerzo.



Airbus A340 de Aerolíneas Argentinas reposando en Sydney.

El glamour.


21 de enero de 2013.

Nota: En el capítulo de los Simpson que viajan a Australia, Bart lleva consigo una pareja de ranas. En la Aduana no lo dejan pasar, así que suelta las ranas, quienes se reproducen y se convierten en plaga. Un Australiano decide llamarlas "cerafias o serafias".

jueves, 4 de abril de 2013

El último trimestre - Historias irrelevantes


Esta nueva edición no trae avances en la historia, sino que sólo cuenta un poco más como fueron los últimos meses en Nueva Zelanda. Si se la pierden, no se van a perder en la historia. Igual, si ya entraron, no se van a ir sin leer. Es cortito y al pie. 



El último trimestre - Historias irrelevantes

El último trimestre del 2012 fue algo…em…poco asentado, sí. ¿Poco asentado? Así como en el aire digamos. Si bien mi idea ya era quedarme un tiempo más en NZ, era imposible saber si iba a poder hacerlo. Y lo peor es que fuera cual fuese el curso que iba a tomar mi viaje (y vida), iba a ser completamente repentino y sin tiempo de acomodarse al mismo. 


Me explico mejor. Ustedes se imaginarán que yo no soy el único infeliz que quisiera quedarse allí. Si estuvieron siguiendo este blog, me imagino que incluso ustedes querrán radicarse en NZ. Bueno, ¡olvídense! No es tan fácil como se imaginan.


La situación era la siguiente. Tenía 3 opciones para quedarme:

Opción 1) Que Waimea Nurseries me diera un contrato permanente y así pedir una visa de trabajo.

Opción 2) Casarme con una kiwi.

Opción 3) Salir en “El Hobbit”, ser galardonado como actor revelación y obtener un contrato con la productora de Peter Jackson en Wellington, y convertirme en la nueva estrella mundial del cine.


Se imaginarán que opción tomé. Deposité toda mi fé en salir en el Hobbit.


Algunas semanas antes de que se venciera la visa, Paul Jameson, el gerente de Waimea Nurseries me ofreció un contrato permanente  con la compañía, gracias a ello presenté los papeles a Immigration NZ. Pero esto ya lo saben. Lo que no saben es que a partir de allí, en cualquier momento podría llegarme una carta diciéndome que podría quedarme en el país por algunos años más, o por el contrario, que debía abandonarlo casi inmediatamente.

Y así tuve que continuar mi vida, esperando a diario una carta que resuelva mi vida futura inmediata entre dos opciones muy contrapuestas. Fuera cual fuese la situación, iba a seguir disfrutando mi vida en el País de las Maravillas mientras tanto. Intenté crear dos líneas de planificación, conocidas internamente como plan A y plan B, según fuera la resolución de INZ.

Plan A: Mudarme a Nelson. Jugar en Nelson F.C. Alquilar una casa con Héctor, el venezolano, apodada “La Casa Feliz”, así en español, frente a la playa. Proyectos musicales latinos.

Plan B: Ir unos meses al sudeste asiático con Rodri, el uruguayo, a buscar al gordo, argentino, y convencerlo de que se una a mi próxima aventura en otro país. Pasar el tiempo allí hasta que ser otorgada la visa en el próximo destino.

Por supuesto que ahora saben como resultó todo, pero en ese momento, no tenía idea, y esos eran los únicos planes en mente.

La vida continuó entonces en Hope a la espera del estreno del Hobbit y en consecuencia la simple resolución de mi vida como fue explicada antes.



El trabajo de planting

Por si no se acuerdan, en el trabajo estaba en el equipo de campo rompe espaldas. Un día me avisaron  que me cambiaban de equipo, me mandaron a trabajar al equipo de planting, o plantación. La jefa de este equipo es Kath, una mujer en sus cincuentilargos/sesentipocos, que solía ser stripper de joven. Sí, es correcto, mi jefa era stripper de joven. Habrá llegado un punto en que no pudo seguir haciéndolo. Si tengo que adivinar, diría que fue el día en que su hija quedó embarazada y estaba por convertirse en abuela. Convengamos que nadie quiere explicarle a su hijo/hija que su abuela es stripper, salvo que quiera arruinarle la infancia.

Para todos los que están pensando: “A los 20/30 una stripper está buenísima, ¿qué onda a los 60?” Y la verdad que yo le daba. Y varios de mis compañeros también. Kath es divina. Cuando me pasaron todo el mundo me dijo: “que suerte, vas a trabajar con Kath” y después vi porqué.

En el equipo había 3 viejos conocidos: Maddy (del grading shed, una chica parte maorí), JP (un pibe kiwi con pocas luces y demasiada actitud “cool”), Rodrigo (uno de los chilenos), y Adam (el filipino, una especie de versión mini-me* de Jackie Chan, quien estuvo sólo una semana).  Había una persona más, un tipo parte maorí que lo conocía de cruzármelo a la mañana nomás, había entrado hacía poco.

Will es sin duda alguna uno de los mejores personajes que conocí en Nueva Zelanda. Tiene 50 años, y está casado con una mujer sudafricana 10 años menor.

Día a día fui aprendiendo la metodología del nuevo equipo y a sus integrantes. El sistema para plantar es el siguiente.  Campo gigante, lleno de pasto. Pasa un tractor con una “podadora”. Pasa el mismo tractor con una “revolvedora”. Venimos nosotros y empezamos a plantar. Con un tractor.

William


Primero se debe trazar  la primera línea guía, sobre la cual va a pasar el tractor con la “plantadora”. Obviamente es necesario que sea una recta perfecta, asi todas las filas son paralelas y se aprovecha la extensión de tierra al máximo. Se imaginarán que no se hace a ojo, es un poco más tecnológico. Se coloca un láser de un lado, y un receptor del otro. Una vez instalado el laser, se corre el receptor y se alinea el tractor, ya estamos listos para plantar. El tractor tiene otro receptor que le indica al conductor exactamente por donde tiene que ir.

Receptor al frente, tractor al fondo.

El receptor es el cosito rojo, al fondo se ve el láser. A la izquierda, el sist. de riego.

Atrás va enganchada la plantadora con asientos al ras del piso para dos personas, una yo. Cada uno tiene como una pala en forma de V que abre la tierra para que uno pueda poner la planta, y después tiene unas paletas que cierran el surco. Atrás van una o dos personas controlando que la distancia entre las plantas sea correcta y estén todas bien cubiertas. Mientras tanto, otros dos van en una camioneta hasta el invernadero (ubicados en otros campos distintos), traen las bandejas de arbolitos, y los sacan a todos, los ponen en otras bandejas especiales para el tractor, y se colocan sobre el mismo.

El trabajo en sí no está mal. O vas sentado en el tractor que avanza a paso de hombre rengo en subida poniendo las plantitas en su lugar, o vas en la camioneta y tranquilamente la llenas de bandejas y ayudas a sacar los arbolitos de las mismas, o vas atrás del tractor ayudando a Kath a revisar. Perdón si los aburrí, seguímos con otra cosa! 

Arriba: Will, Judah, Craig (del equipo de riego)
Abajo: Yo, la hija del dueño millonario, y Maddy

Will es una persona particular, y un empleado particular. El mejor chofer que vi en mi vida. Maneja la camioneta y el tráiler de 5 mts de largo agarrado atrás, como si fueran un Fiat 600 con dirección hidráulica de Scania. Pero a su vez, le es imposible realizar tareas sencillas como plantar, y es por eso que Kath le tenía prohibido hacerlo.

Día a día fui conociendo mejor a Will. Le encantaba la música clásica, pero no le gustaba Bob Marley porque era muy antiguo. El tipo es un viajero. Odiaba a los kiwis por considerarlos aburridos, y le encantaba trabajar con Rodrigo y conmigo. Siempre nos preguntaba sobre nuestros países, música, etc. De hecho su sueño era vender todo acá e irse a vivir a Italia y recorrerla en una Vespa. Como su esposa es sudafricana, vivió un tiempo con ella allá. Le encantaba nuestra música y nuestro idioma. Aprendió rápido a decir “pedo” y se denominaba a sí mismo Mr. Pedo, no sin justa causa, el tipo tenía una trompeta por esfínter. El preparaba su propia cerveza casera (y otras bebidas alcohólicas), y fumaba marihuana a escondidas de la mujer, a quien no le gustaba tanto la idea.

Se enamoró de la canción “Es importante” de la Bersuit. De la nada y en cualquier momento tiraba un “es importaaante”. Nos vivía invitando a su casa un fin de semana para hacer un asado “estilo sudamericano”, pero sólo los latinos, los kiwis no le interesaba en lo más mínimo.  Tanto insistió, que un día accedimos.


Asado en lo de Will

Sábado al a mañana, fui el primero en llegar. De mi casa tomé hacia el sur por la ruta 6 hasta Wakefield. De allí agarré una ruta que se iba hacia el este, hacia las colinas. Subiendo, bajando y zigzagueando por las colinas llegué al final. La casa era un sueño. Construida en la cima de la cadena de colinas, y justo en un área donde las colinas formaban una especie de u, así sólo se veía el valle hacia abajo y el resto del terreno hacia arriba, nada más. Ni una otra casa en la cercanía. La casa en sí hermosa también, amplia, llena de luz y con una pileta al aire libre genial.  Incluso tenía un taller. Restaura motos antiguas y hace muebles y esas cosas. De hecho estaba empezando a convertir el taller en una casa para invitados. Me invitó a quedarme cuando quisiera.

Nini, Yo, Vicky

El tipo compró todo exactamente como yo le había dicho que se hacía. Compró medio barril, la parrilla, cortó madera, y compró carne de todo tipo para que comiera la empresa entera. Y por supuesto, tenía miedo de que no alcanzara. Nosotros sólo llevamos la bebida y la picada. Estaba tan contento de recibirnos y era tan servicial, que creo que si le pedías a la mujer te la entregaba.

Comimos como reyes y tomamos como barones. Algunos fuimos a escalar hasta lo más alto del terreno y la colina (persiguiendo a las ovejas), y luego bajamos (esquivando la caca de oveja) para tocar la guitarra y bajar la comida. El clima no acompañó para meternos a la pile. No saben lo que me costó convencerlo de que no hacía falta que me quedara a dormir.

El escuadrón latino de Waimea (falta Héctor) + Will + Mujer + Perro
El alto es Rodrigo



El equipo de planting, parte 2

En el equipo cambiaron un poco las cosas. Yo me gané más responsabilidad. Kath me enseñó todo lo del diagramado y la colocación del laser, así que desde ese entonces yo comencé a diagramar todas las plantaciones. Bastante bien anduve, me equivoqué dos veces nomás. En una me olvidé que el día anterior habíamos hecho media fila, y no lo tuve en cuenta cuando puse el marcador en el extremo más lejano quedando media plantación completamente en diagonal. Otra vez que parece medí mal, y dos filas quedaron separadas por 20 cm menos de lo debido…casi que no podés caminar por el medio. Pero todo bien, no fue tan grave.

Haciéndome el Copérnico.

Para todo eso tenía que andar moviéndome con la camioneta de punta a punta. Empecé a trabajar mucho con Rodrigo que al ser latino hizo que nos entendiéramos bárbaro. Así la pasábamos bien. 

Tirando facha a lo maorí en la "Mitsi"



Maddy es una mina muy buena onda y extrovertida…no tan buena trabajadora. Con ella nos pasábamos el día cantando canciones bizarras al plantar (muchas veces Kath se unía), y tratábamos de pegarle al otro la canción más bizarra. Así me encontré cantando “Everybody” de los BackStreet Boys por días. Imagínense lo siguiente: venís manejando por la campiña neozelandesa a toda velocidad en tu impecable Corolla champagne (Gracias Lidia y mamá que descubrieron el color del auto), con la ventanilla baja, dejando que el viento menée tu cabello ondulado que brilla castaño por el rayo del sol sureño, libre de preocupaciones…y cantando “evri badeeee… ieeeeee… uach ior badeeee… ieeee eee”. Si, lo arruina todo. Pasas de ser James Dean a ser Justin Bieber.

Yo, Craig, Will, Maddy, Hija del dueño, Kath, Marion, Judah

En el medio de esto pasó mi segundo cumpleaños en tierra kiwi, y al mes, el aviso de que mi visa había sido rechazada.


Generalidades y un asado latino (escrito de hace varios meses que quedó afuera de actualizaciones anteriores)

Durante todos estos meses empecé a salir mucho con Héctor a Nelson. Así me hice habitué del Sprig & Fern on Hardy Street. Y cuando digo habitué, digo ir al bar unas 2 o 3 veces por semana por lo menos. Ahí conocí a la encargada del bar. Se terminó de ganar mi corazón cuando me regaló la primera cerveza. Esto no ayudó más que a hacerme ir más seguido al bar. Gracias a ello comencé a caer con resaca a trabajar durante la semana. 

A la par, también fui de visita a Motueka algunas veces. Les había contado de los nenes con los que vivía, Ngahere (“Najíri”) y Nikora, de 5 y 4 años respectivamente. Ahora tienen 6 y 5. Hacia fines de Julio (sí, me fui muy atrás, mis disculpas) Nikora festejó el cumple, y yo, aún viviendo en Motueka, fui invitado con Rodri al cumpleaños. He aquí algunas fotos.


Envolviendo los regalos con papel de diario. Tradición kiwi.

A la izquierda se ve La Carcacha. Bueno, los grandes también se divertían. 
Bastante

Esto claramente no terminó bien. Uno se cayó y terminó llorando.


No sé si conté esto, pero si bien con Ngahere nunca pude tener una relación, con Nikora fue todo lo contrario. Ngahere es delicado y elegante, Nikora, un indio caníbal, con el cual me encariñé.

Un sábado Rodri organizó un asado. Y digo “asado” y no “barbecue”, porque fue justamente un asado propiamente dicho, como no había tenido desde que dejé la llanura pampeana. Compró medio tanque y las parrillas, y hasta se vino a una carnicería de Richmond a pedir específicamente que le corten tira de asado. Vale aclarar que los cortes de la carne acá son completamente distintos a los nuestros, yo aún no los entiendo. Ya de por si tampoco entendía los argentinos, pero aunque sea ya estaba familiarizado con ellos (aunque no sabía de donde venían). Es más fácil pedirse tira de asado, vacío, etc. que Beef Schnitzel, Porterhouse steak, etc.



No éramos los únicos en el asado. Aparte de los sudacas, estaban Jo (la que nos alquilaba las habitaciones), Tomas y Alena (los checos), Raymond (?) y un par de personas más.
Mientras íbamos a comprar vino tinto, se nubló y empezó a llover. Primero llovizna, después casi torrencialmente.


Los dos rioplatenses hambrientos y desesperados por un asado no se iban a dejar vencer por unas gotitas, y a lo publicidad de Hepatalgina, nos pusimos a hacer el asado igual, y bien completo señores. Salame, queso, pan francés y papitas para la picada, vino tinto y cerveza para elegir, y salsita criolla casera hecha por Rodri. Por suerte paró de llover, se despejó el cielo, y corrimos la mesa de abajo de la sombrilla para disfrutar del sol mientras comíamos asado.

Todo esto después de salir el jueves y  viernes, y manejar a Mot resacoso después de salir con Héctor y las alemanas restantes. Después de conocer a las dos primeras apareció una más, Kea. Ike se fue, quedaron las otras dos (NOOOO! POR QUÉEE DIOS???). Esa noche también terminé durmiendo en el auto.

Las nubes no se iban a retirar sin pelea, y volvieron mientras comíamos. Todos se espantaron y empezaron a levantar la mesa. Comenzó a llover torrencialmente una vez más. Corrieron para ponerse bajo techo. Pero los latinos que esperaron 4 horas ese asado, se miraron, vieron que ninguno de los dos tenía la más mínima intención de abandonar el fuerte y siguieron comiendo sin siquiera mencionarlo. Vale aclarar que después de 4 horas, los muchachos estaban desesperados. Incluso ante la impaciencia se lanzaron con lanzas y boleadoras antes de tiempo, y al descubrir que estaba aún crudo, tuvieron que volver a tirarlo a la parrilla. Y cuando digo crudo no digo rojito, digo literalmente crudo, rojo oscuro, gomoso, mujiendo. Ahora que estaba listo, una lluviecita no los iba a frenar.

La lluvia se convirtió en escarcha, y así de pronto nos encontramos los dos solos en el jardín del fondo, sentados a la mesa, comiendo el asado empapado, cubiertos de escarcha y todos los demás bajo techo a los gritos pidiéndonos que vayamos también. Pedirle a un argentino o uruguayo que largue el asado es casi como pedirle que entregue a su vieja. Fue un acuerdo tácito entre Rodri y yo, jamás hablado. Todos se levantaron, nosotros nos quedamos sentados devorando el asado sin decir palabra alguna.

En medio de la tormenta veo que Rodri, cubierto de escarcha, agarra el plato y se levanta. Era casi un puñal por la espalda, una traición. ¿Cómo se iba a ir? ¿Cómo se iba a esconder bajo el techo por una escarchita? ¡Estábamos comiendo asado por dios! Un asado no se abandona, ¡jamás! Una sensación de decepción me llenó. Lo miro extrañado, dolido, y le pregunto:

-  ¿Me abandonás?

Se ríe y me dice:

- No, ¡voy a buscar más carne!

Y se fue a buscar más carne. Volvió, se sentó, paré de reírme, y seguimos comiendo bajo la escarcha. La escarcha pasó, la lluvia pasó, terminamos de comer, y levantamos la mesa ante la incomprensión de todos los demás. 

Rodri, Tomas, Jo, Alena, dos franceses, Yo

viernes, 8 de febrero de 2013

¡Feliz navidad Sr. Esain!, por favor, abandone el país sino lo deportamos. Muchas Gracias.



Tic tac efímero, luces efímeras. Pero te creo.


(14 de enero de 2013, 7:45 pm aprox. – Sprig & Fern Hardy Street, Nelson)

Hay algo que no les conté todavía. No iba a hacerlo, pero qué se yo, ya les conté casi todo, ¿por qué habría de dejar algo así afuera? Cuando conocí a la alemana, yo ya estaba en una especie de relación sentimental. De hecho la relación comenzó justo una semana antes de conocerla, pocos días antes de la última vez que hablé con la kiwi. Pero se terminó hace poco, hace tan sólo una semana. No por decisión de ninguno de los dos, sino porque al tener que irme del país, no tenía ya sentido mantener la relación, cuando no sabemos cuando nos vamos a volver a ver, o SI nos vamos a volver a ver. Sé que después de caer en la broma del día de los inocentes seguro no me van a creer ahora, pero juro que esto fue real. 

Convivimos todo este tiempo. Lo veía al levantarme y al irme a dormir a diario. Fue amor, efímero, pero fue amor. En todas las relaciones anteriores similares en las que estuve, me era imposible no pensar en alguien más. Pero esta vez fue distinto, no me interesaba nadie más. Le fui totalmente fiel. Él no me fue tan fiel, pero fue mi culpa. Yo lo llevé a eso, no le di opción alguna. 

Por eso no lo culpo. Lo charlamos, y lo superamos. Creo que la sinceridad y el no mantener secretos es algo clave en toda relación, ¿no?

Pero desde el principio tuve mis dudas. Él nunca lo supo, supe mantenerlo en secreto, y aún después de la despedida, me mordí los labios para no decírselo. Desde el momento en que vi su foto por primera vez, me surgió esa duda. Pero claro, en las primeras etapas de toda relación uno siempre ignora esas dudas que surgen, uno está “encantado” con el otro. 



Como dije antes, todo terminó. Lo vi por última vez el viernes de hace dos semanas atrás. Héctor, el venezolano, me contó que lo vio el fin de semana siguiente. No volví a saber de él. Pensé que la primera iba a ser la más difícil de ver ir, pero no fue así. Él fue aún peor.

Hay cosas que no voy a olvidar, por ejemplo cuando en los preparativos para navidad terminó disfrazado de reno, con una nariz roja tipo de payaso y unos cuernos.  

Lo peor de todo es que aún tengo mi duda. Supongo que ya no lo voy a averiguar nunca. ¿Pero importa realmente?. Eso no cambia todo lo que fue.

De todas formas es imposible sacarme de la cabeza esa duda, ¿es beige? ¿es marfil? ¿es crema?
¿de qué puto color es Rodolfo, el auto?

¡Te extraño Rodolfo! El Corolla más lindo de Nueva Zelanda.




Así viajaba antes



 Así viajo ahora





Fin de Semana en Rotovegas 

 

Vuelvo a escribirles desde un avión. Ésta vez en un vuelo desde Wellington a Rotovegas (Rotorua). ¿Se acuerdan de los Miles? Con quienes pasé las navidades del 2011. Chris, el papá de Tracey, cumplía 50 años, y lo festejaba en Kawerau, Bay of Plenty, ciudad de la isla norte, la cual queda cerca de la mencionada Rotorua, famosa por sus géiseres y aguas termales. Chris invitó a ir junto con su familia y amigos más cercanos. La verdad que no tenía porqué invitarme, para nada, pero lo hizo. Y por supuesto que no podía decirle que no. Además que iba a volver a ver a Trace después de un año, y a la hermana menor también. Guiño, guiño.

¡Mierda que hay turbulencia eh! Casi escupo el estómago. Estamos a 23.000 pies de altura. Me encantaría saber cuánto es eso. O sea, ¿qué tamaño de pie? 23.000 pies talle 44 no es lo mismo que 23.000 pies talle 35. Este estúpido chiste va dirigido especialmente a mi señora madre, que sé que lo va a disfrutar, para compensar los excesos de la edición anterior. ¡Te amo Má!

El vuelo de Nelson a Wellington fue tranquilo. Todo nublado así que no pude ver nada, pero tranquilo en casi todo el viaje. Se acordarán que Wellington es muy ventoso. Justo ese día estaba más ventoso que de costumbre, con lo que no fue nada fácil aterrizar. El despegue fue peor, pero por lo menos pude ver el set de “Dale” desde el aire, y le saqué una foto esta vez.  Allí fue donde se filmó la parte del Hobbit donde yo estuve, ahí mismo. Ya empezaron a desarmarlo creo, igual créanme que eso es gigante, está todo hecho a gran escala. 



En Wellington me subí a otro avión rumbo a Rotorua, en medio de un cielo gris oscuro y tenebroso. Nunca llegamos a Rotorua. En pleno vuelo, el piloto explicó que el clima era tan malo que iba a ser muy difícil aterrizar ahí, pero que iban a intentarlo. Eso no es algo que querés escuchar al volar. Así fue, empezamos a bajar, se movía, se movía, se movía, se balanceaba de izquierda a derecha, y tuvo que levantar antes de tocar el suelo. Terminamos aterrizando en Tauranga, ciudad a orillas del océano Pacífico. Apenas llegado vi como casi todos los otros vuelos habían sido cancelados. Micro a disposición, camino a Rotorua donde Chris me fue a buscar, y derecho a la casa a ver a Trace y conocer al resto de la familia Miles

El abuelo Miles

La fiesta fue en el bar secundario del hotel local, Kawerau Hotel. Por contactos, a mí me consiguieron una habitación gratis en el mismo hotel, que ya no funcionaba como tal hace varios años, sino que sólo funciona el bar principal. Al entrar vi porque no funcionaba mas, la última remodelación fue a principios de los 70’, pero a caballo regalado no se le miran los dientes. 

Kawerau Hotel


La fiesta en sí fue genial, nada que objetar. Chris alquilo un barril de cerveza “Tasman Lager” de Sprig & Fern, mi cerveza preferida, de mi bar favorito. Era gratis obvio, y así fue como terminé dando un discurso en ebringlés frente a un bar lleno de gente que no conocía. Sarah, la hermana de Trace, vino y me dijo que iban a hacer unos discursos, si quería dar uno también yo. No tuve mejor idea que decir que sí. Hay video, pero no pude editarlo para subirlo. Estúpido Movie Maker.


5:00 pm - Con Trace


9:15 pm - Con Trace
10:22 pm - Con una señora y Mike, un amigo de Chris
Me tiró los galgos una amiga de la familia de 61 años, y Chris me descubrió justo cuando le estaba mirando el escote a su hija menor. 

Después de mi discurso fui leyenda. En algún momento de la noche terminamos todos bailando, alguien cantó en el escenario, y el hermano de Chris terminó en una ambulancia por lo que parecía ser un problema cardíaco, que resultó ser poca sangre en alcohol. Claramente después de eso ya la fiesta menguó hasta acabar. Me fui a dormir a no sé que hora de la madrugada, y no sé como subí las escaleras. A la mañana siguiente me pasaban a buscar para ir a un hangi (una especie de curanto maorí). Me desperté y creí que mi cabeza iba a estallar. No recuerdo cuando fue la última vez que me dolió tanto la cabeza o siquiera si alguna vez me dolió tanto. Fue horrible, llegué a jurar no volver a tomar con tal de que se me pase. Juré otras cosas más pero ya ni me acuerdo.  Me levanté como pude de la cama, y fui a tomar agua al baño. Pensé en que estando el hotel sin uso hace vaya uno a saber cuantos años, el agua debería llevar la misma cantidad de años en las tuberías que vaya uno a saber en que condición están. Pero necesitaba agua y supuse que iba a estar bien, tomé y tenía un sabor y olor algo extraño. Intenté dormirme, lo logré, sólo para despertarme y correr al baño para vaciar mi estómago. Creí que era por resaca, y tomé un poquito más de agua. Al rato estaba vaciando lo que había quedado en mi estómago. Claramente el problema era el agua del baño.

El baño de la muerte


Chris me llamó para pasarme a buscar, y como pude fui al super a comprarme una botella de agua, aspirinas y una baguete, ya que tenía el estómago vacío y no podía comer nada más que eso. Fuimos a la granja de un amigo donde estaban preparando un hangi.


El hangi es un método de cocina tradicional maorí. Cavan un pozo en la tierra, calientan piedras con un gran fuego, y luego ponen una especie de parrillita sobre las piedras calientes, con la comida arriba (envuelta en aluminio). Le ponen como un manto de cuero y se cubre todo de tierra nuevamente durante algunas horas. 

Cuando llegamos ya había gente ahí, yo no conocía a ninguna. Los padres del amigo que vivía allí me preguntaron si conocía a alguien, antes que pudiera responder, una chica que estaba ahí dijo que sí, que había conocido a todos la noche anterior. Yo me enteré ahí mismo con los viejos, no tenía ningún recuerdo de nadie, algunos borrones nomás de caras. Todos sabían mi nombre (lo cual no es poca cosa para los angloparlantes) y otros detalles que aparentemente conté la noche anterior.


 



Juro que se ofendieron cuando rechacé cualquier tipo de bebida alcohólica. Cuando el hangi estuvo listo fui probando de a poco a ver como mi estómago respondía. Había un par de maoríes ahí, de hecho la noche anterior uno de ellos me hizo el típico saludo maorí, llamado hongi. El mismo consiste en presionar nariz con nariz para compartir el aire de la vida. Eso sí me lo acordaba de la noche anterior.


El hangi tiene un gusto que jamás había probado antes. Fuerte. En la carnes sabía muy bien, en los vegetales, a mí gusto, ya era demasiado fuerte. Había carnes rojas, como vacuna, porcina, ovina y de liebre; y blancas, como el pollo y la gaviota. ¿Se creyeron lo de la gaviota no? Ilusos, caen en todas mis bromas, ¡Muajaja! (risa malvada). 




La comida me cayó bien, nos quedamos ahí toda la tarde, y volvimos a la noche a Kawerau. No volví a pisar el hotel tenebroso (parecía sacado de una película de terror), sino que dormí en el sillón cama de la casa de los padres de Chris. Esa misma noche tuve que volver a rechazar muchas cervezas mientras nos sentamos en la terracita de afuera a charlar.

Al día siguiente emprendimos la vuelta. Volví con Chris, Helen (su mujer), Trace y Sarah en la camioneta hasta Wellington. Con los 4 Miles. Conocí una ruta distinta de la isla norte que no había hecho antes, incluso hicimos varias paradas intermedias. Hasta los hice escuchar algo de música latina, como Manu Chao (que Trace ya conocía) y La Bersuit, que también les gustó. Llegamos a Wellington y fuimos directo al nuevo bar de Sprig & Fern recién abierto en Wellington, y ese era el último S&F de NZ que me faltaba visitar. Ya había ido a los dos de Nelson, al de Motueka, al de Brightwater con unos amigos del trabajo (Brightwater queda entre Appleby donde está la empresa y Hope, donde vivo yo), y el de Richmond, donde fui con el venezolano un par de veces después del fútbol empresarial de los lunes.


En el bar tuve que volver a la cerveza. Me acompañaron al aeropuerto, y me despedí de Trace y Sarah, siendo esa probablemente la última vez que las iba a ver, ya que ambas viven en Wellington y yo aún no sabía si me salía la visa. Chris y Helen viven en Nelson. Sarah me invitó al cumple de 21 en enero, pero no sabía si iba a estar aún allí.

Ya para esa época tenía en mente la posibilidad de tener que irme en cualquier momento del país. Desde Octubre a Diciembre todos mis planes se hacían con una previsión máxima de una o dos semanas, mas no. Incluso las despedidas, gente que no sabía si las iba a volver a ver alguna vez.

Después de un finde genial con la que se convirtió en mi familia kiwi, volví a la isla sur a mi trabajo, y a mi aburrida casa en Hope. Mi estómago se fue recuperando, y con horror descubrí el lunes a la mañana que el pelo se me empezó a caer, jamás había tenido ese problema antes. No sé que había en esa agua pero no era muy saludable.
 
En el discurso conté como para la navidad anterior (2011), Chris y su familia me dio un lugar donde quedarme un una familia con quién pasar la navidad, cuando yo no tenía a nadie acá, y que iba a estar siempre agradecido por ello. Y brindé por él y le deseé un muy feliz cumpleaños.También conté como en esas navidades pasé los 3 días ebrio, ganándome los aplausos y vítores de los locales.




 ¡Feliz navidad Sr. Esain!, por favor, abandone el país sino lo deportamos. Muchas Gracias.


(14 de enero de 2013, 6:56 pm – Sprig & Fern Hardy Street, Nelson)

Como les conté en la “Edición Aniversario – Parte I”, mi aplicación para una visa de trabajo fue rechazada. Mi visa “Working Holiday”, que fue la visa que tuve desde Agosto del 2011 hasta el momento, se vencía el 9 de noviembre, sólo 20 días después de recibir la carta. Con lo cual estaba obligado a dejar el país antes de esa fecha, o pasar a la ilegalidad. 

Lo que no les conté fue que en la misma carta me explicaron las razones del rechazo y me dieron lugar a pedir una reconsideración. Mi visa fue rechazada porque mi empleador no dio suficientes pruebas de que intentaron contratar a un neozelandés antes que a mí, y para la visa en particular para la cual yo estaba aplicando, eso era un requerimiento fundamental. 

El Gerente de la Orchard se llama Paul Jameson. Algunos lo odian, otros lo entienden. Cuando yo le pedí  un contrato largo para poder quedarme en el país, explicándole la situación en Argentina y porqué no quería volver, el tipo me entendió y me dio un contrato permanente en la empresa. El cual igual me lo gané absolutamente ya que trabajé duro, y todos los jefes que tuve me querían en su equipo.  Pero de todas formas le estoy total y absolutamente agradecido. Después del rechazo del primer intento de obtener la visa,  volvió a ayudarme, y una chica de RRHH preparó una serie de papeles para probar que verdaderamente intentaron contratar a un kiwi antes que a mí. Mandé la aplicación pocos días antes del vencimiento de mi visa WH. Gracias a ello me dieron una visa temporal hasta que se resolviera mi nueva aplicación para la visa. Así, mientras tanto podía quedarme en el país y seguir trabajando, y así lo hice. 

Ahora entenderán como me quedé tanto tiempo, siendo mi visa original sólo por 15 meses. ¡Siempre legal! Pero como siempre, no me gusta contar nada hasta que no sea confirmado, por eso no les conté antes que pasó después de que el primer intento de obtener la visa fue rechazado.

En los primeros días de Diciembre recibí una carta de ellos. En ella decía que según el estudio de mercado sobre mi puesto de trabajo, no eran necesario extranjeros, era muy difícil que me otorgaran la visa. Pero me decían que podía mandar algo que ayude, y mandé una carta nomás. En la carta explicaba mi experiencia previa en la horticultura en Argentina.

A pesar de que mi experiencia me calificaba para ejercer prácticamente el cargo de Ministro de Agricultura y Ganadería, decidieron que de todas formas no me iban a dar la visa, y me lo hicieron saber a través de otra carta que recibí el viernes 21 de diciembre.

“¡Feliz navidad Sr. Esain!, por favor abandone el país sino lo deportamos. Muchas Gracias.
Santa Claus (Papá Noel)
Immigration New Zealand”




El hombre cochambroso y la Ratasaurio



La Ratasaurio es un ser que fue visto merodeando las inmediaciones de mi casa. Eso fue antes de la invasión de moscas.

Ratas gigantes y ejército de moscas no suelen ser una señal de limpieza. Imagínense vivir con un basurero que se trae su trabajo a casa. Yo no estuve muy lejos de eso.

Sé que me quejaba de la soledad de la casa en medio del campo, lo sé, pero acá el karma se fue un poquito al carajo.

De vivir sólo pasé a vivir con un viejo enfermo de la limpieza. Los que me conocen saben que no soy Mr. Músculo, ni mucho menos un Cif, sino más bien un Querubín; te limpio pero hasta cierto punto, queda todo aceptable pero tampoco te dejo la casa brillando reluciente. Para resumir, el viejo bastante amargado, pero respetuoso. Aunque un par de veces trajo a su novia maorí, y el andaba como si nada en short sin remera, y créanme que no es tan agradable ver paseandose por la casa a un cuarentón panzón en cuero con su novia maorí.  Quiera o no con él en la casa tuve que acostumbrarme a dejar todo reluciente, antes como estaba sólo tenía un poco más de libertades. 

Por si no fuera poco cayó otro pibe. Un kiwi de veintipico buena onda. Jugador de rugby, me llevaba unos pocos centímetros de altura y unos cuantos kg de ancho. Una de las cabezas más grandes que vi en mi vida. Mientras el viejo, cuyo nombre no me acuerdo, estuvo en la casa, estaba todo en orden, si bien a mí y a el pibe, Cailin, no nos caía del todo bien. Por suerte se fue, y yo fui feliz. 
Pero resultó ser que Cailin era el famoso hombre cochambroso. Empezó de a poco, no lavando los platos a la noche. Está bien, estaba cansado, entendible. Yo mientras tanto los lavaba siempre después de comer. Cuando empecé a ver que no era sólo por una noche, empezó a molestarme. A la semana había una pila de platos sucios en la cocina, después ví que había otra pila igual en su habitación. Le pedí que por favor limpiara porque ya era un asco, dijo que sí, nunca lo hizo. Usaba tres cosas por noche, lavaba una. Empezaron a aparecer moscas, de a una. Un baño tuve que dejar de usarlo porque la tapa del inodoro era un lago de pis, por suerte había otro. Empecé a perseguir moscas y llevarlas a la ventana para echarlas. Empecé a tener que lavar sus platos para poder comer porque ya no había más. Empecé a contar la cantidad de moscas que había en el living. Podía armar un plantel de fútbol y jugar contra las moscas de Nelson.

La Ratasaurio yo no la conocí, pero me han contado de ella. Tanto el viejo como Cailin la vieron merodeando por la casa. Según la descripción que hicieron de la misma, desarrollé un identikit:

La Ratasaurio



La bola de nieve (o mugre) fue creciendo hasta que le tuve que decir al dueño de la casa. A la semana me llegó un mensaje del dueño que la mujer fue a la casa y se fue llorando porque era un asco, y que debíamos reunirnos esa misma tarde. El dueño hizo una revisión, ¿y saben que hizo Cailin? Me echó la culpa a mí. Casi lo mato. Igual por suerte era obvio que no era yo. Con sólo echar un vistazo a su auto y a su habitación era más que obvio. Además yo hacía como 4 meses que estaba ahí y siempre la casa estuvo bien. Por suerte al poco tiempo se fue y quedé sólo al fin. Dulce, dulce soledad.


Cochambroso: adj. Lleno de suciedad o porquería:



Nuevo viejo formato

 

Decidí volver al viejo formato de actualizaciones cortas y más seguidas, así que doy esta por terminada, y prometo que pronto viene la siguiente. Me retrasé un poco con esta por obvias razones. La última edición la subí sólo dos semanas antes de volverme a la Argentina, entre la mudanza, y las despedidas no tuve tiempo para sentarme a escribir. Luego, una vez llegado…mm no quiero adelantar nada, esa parte va a venir más adelante. 
Les doy un pequeño adelanto de temas a tocar en las próximas ediciones (que saldrán pronto, en serio):



-          Último mes en Waimea Nursery, con distinto trabajo, el mejor de todos los que hice en NZ.


-          Cerveza y rumba en Nelson con el venezolano. Otra kiwi para agregar a la lista.



-           Las visitas a Motueka



-          Navidad en casa con los checos, suecas, italiana, uruguayo, venezolano y argentinos. Uno terminó abrazado al inodoro.

-          Año nuevo en Golden Bay al ritmo del reggae roots. 

-          Mudanza a Nelson y últimas semanas en Nueva Zelanda.

-          Despedidas y tramping en las sierras de Takaka. Tramping es una mezlca de trekking y camping.

-          Inesperado regreso a la Argentina, bienvenida, y primeras semanas en el horror de Buenos Aires.

-          Reflexiones de un viaje y un regreso.

-          Fin the The Kiwi Life.