jueves, 22 de noviembre de 2018

Otra forma de libertad


Sábado 10 de Noviembre de 2018, 11:06am – Terraza, casa


Mientras le saco la pelusa al teclado y espero que haga el café, me siento a escribir sentado al sol en la terraza de casa después de mucho tiempo. A esta hora se suponía que estaría muriendo lentamente de ansiedad por el partido de Boca - River, pero gracias a la lluvia, me queda la mañana tranquila para descansar antes de ir al trabajo.

Pasó el invierno, pasó el verano, pasó el otoño, pasó el primer año en Canadá, y eso dejó mucho para contar. Se habrán dado cuenta a esta altura de que ya no estoy escribiendo como antes. En el primer viaje había un post cada un par de días al principio, cada un par de semanas en los meses siguientes, y cada uno o dos meses al final. En el segundo viaje, hubo publicaciones también regularmente, aunque se perdieron todas en la nebulosa de internet. Pero Canadá fue diferente, y hay dos cosas que quiero rescatar de esto.

En primer lugar, siempre me referí a mi mismo como un viajero, siendo Nueva Zelanda mi primer gran viaje, y Brasil mi segundo. E incluso durante mucho tiempo me referí a Canadá como mi tercer gran viaje, pero hace poco me di cuenta de que ya no es tan así. Creo que paulatinamente en estos años fui dejando de ser el amigo viajero, a ser el amigo que vive en el exterior, y creo que la diferencia es mucho más grande de lo que parece.

Nueva Zelanda fue un viaje, de eso no hay dudas. Fue volar en completa libertad a merced del viento sin pensar a dónde ir, o en el futuro o en el pasado. Fue un viaje del presente, con la principal ventaja de saber que después de un año, volvería a la Argentina por lo que todo ese tiempo allá no había preocupaciones de carrera, de ahorros, de viajes, de cuentas, de planes futuros, de nada, porque todo lo que quería, y todo lo que importaba estaba ahí mismo frente a mí. La visa me dio una ventana de un año de mi vida para tomarlo en completa libertad, salir del mundo, salir de las ataduras de la sociedad, salir de todo. Y fue no sólo el mejor año de mi vida, sino un año que cambiaría mi rumbo y a mí mismo para siempre.

Parque Nacional Mount Cook, NZ. Enero 2012.
Volver al mundo fue terrible, y no me alcanzan las palabras para describirlo. Todo seguía igual a como lo dejé, el tiempo parecía no haberse movido, pero yo ya no tenía lugar en él, ya no pertenecía. Entré en una depresión abismal. Deambulaba perdido, sin rumbo, era una sombra en un mundo gris, desolado, sin color, sin vida, sin nada. Prácticamente una vez al día la tierra bajo mis pies cedía y caí en un pozo profundo, oscuro y desgarrador. No había luz, no había escalera, no había salida, no había calor, no había esperanza, no había nadie. Me obligaba a salir a la calle, pero nada ayudaba. Lloraba desde lo más profundo de mi alma hasta sacar todo el veneno que podía, y lentamente trepaba por las paredes del pozo hasta llegar a la no mucho mejor superficie, en donde me veía de nuevo parado en medio de un terreno “Mordoresco* sin camino que seguir, sin orientación, y sólo, porque a pesar de estar en Buenos Aires, rodeado de la gente que amo, nadie estaba en mi lugar, nadie caminaba por la tierra seca y muerta sobre pies descalzos conmigo. Y así como en Nueva Zelanda, fuera de todas las ataduras y condiciones de la sociedad donde viví toda mi vida, pude ver realmente quien era yo en el fondo, al volver, lo perdí todo y me sentí menos yo de lo que jamás sentí antes y después en mi vida.

*Mordoresco: de Mordor, El Señor de los Anillos

Tomé la decisión de hacer lo único que tenía sentido, irme de nuevo. Así llegué a fines de Mayo del 2014 a São Paulo, buscando consciente e inconscientemente un nuevo Nueva Zelanda, que por supuesto, nunca iba a encontrar. Hubo destellos de luz, muchos. El camino se tornó menos oscuro, y las caídas en los pozos más esporádicas, pero no desaparecieron. Lo cierto es que pasara lo que pasara, estuviera donde estuviese en esa época, poco hubiera cambiado. Aún si hubiese vuelto a Nueva Zelanda, que era mi mayor deseo en el mundo, hubiera sido igualmente brutal, porque el tiempo pasado no iba a volver. El primer viaje ya no era, y todo lo que lo había hecho único ya no se iba a repetir. No entendía nada, no entendía por qué estaba ahí ni por qué estaba yo tan mal, ni que era lo que tenía que hacer. Brasil fue una etapa terrible y difícil, igual puse siempre lo mejor de mí. Cada mañana me levantaba, y dejaba todo lo que tenía en el hostel, todo. Volvía a casa, lloraba, me preguntaba por qué se había dado todo así y qué podía hacer para cambiarlo, para salir de esa situación, dormía, y a la mañana siguiente repetía. Me sentía sólo, terriblemente sólo y perdido. Pero así como todo en Nueva Zelanda había encajado perfecta y mágicamente para ser algo único e irrepetible, la etapa de Brasil fue todo lo que necesitaba en esa época para empezar a salir adelante. Compartí el camino temporalmente con Adam, Rodri y muchas otras personas que pasaron y dejaron una marca enorme en mí. Tuve el hostel, viví el ayahuasca. Hoy mirando atrás veo que, dada mi situación personal en ese tiempo, nada podría haber sido mejor de lo que fue, y así Brasil preparó el camino para lo que venía después. De todas formas mi camino me llevaba indudablemente lejos de Brasil, lejos del hostel, y lejos de Río de Janeiro. Llegué hasta donde pude, luché hasta donde pude, y me fui cuando ya no tenía nada más que dejar ahí, y necesitaba cambiar de rumbo.

Apertura oficial del hostel. Rio de Janeiro. Diciembre 2014.

Esto me trae a Canadá. Algo impensado que llegó sin buscarlo porque ni sabía que era posible venir. En el camino vi mil opciones más factibles, pero no se sentían correctas. Estuve a un click de irme a Noruega, y a otro de irme a Irlanda. Llené todo el papelerío que necesitaba, en fecha y forma, pero cuando tuve que apretar el botón decisivo, no pude, algo en mí decía “no”. Sin avisar apareció Canadá, y supe de inmediato que era a donde tenía que estar. Y acá estoy. En los años anteriores me di cuenta como Nueva Zelanda pasó de ser mi mayor “bendición” a mi mayor torturador. Se convirtió en una mochila casi imposible de llevar que no me iba a dejar nunca ser feliz, ni disfrutar nada de lo que tuviera delante. Era una carga del pasado que me mostraba como nunca nada iba a ser tan bueno como fue, y como nunca iba a poder ser feliz sin volver. Sabía que necesitaba dejarla ir, soltarla, pero era una tarea imposible. Cuando vine a Canadá no esperaba encontrar una nueva Nueva Zelanda, no buscaba nada, lo único que le pedía a Canadá era ayudarme a soltarla, nada más. Lo demás que viniera, era un bonus. Pero así como cuando apareció como opción supe que era a donde me llevaba mi camino, aún antes de venir sabía que Canadá iba a ser el cierre de una larga etapa de mi vida que empezó allá a mediados del 2011. Lo sentía, y no me equivocaba.

Hoy, a poco más de un año de llegar, puedo decir que no viví las aventuras de los viajes anteriores, no tuve mil y una anécdotas para contar, ni sé si tenga recuerdos o momentos o etapas que queden marcadas para siempre en mí, y por eso es que no tuve mucho para escribir. Pero lo que puedo decir con certeza, es que la mochila de Nueva Zelanda quedó atrás. Ya no tiene poder sobre mí, ya no me lastima, y y mi mundo hoy, es una linda pradera entre las montañas atravesada por un arroyo. La tierra de desolación quedó atrás y aún en los días grises, puedo sentir el pasto bajo mis pies y oír el murmullo del arroyo, y estoy bien. Sin las aventuras y picos extremos de felicidad que supe tener antes, Canadá me curó, y hoy es mi hogar.

Ferry a Bowen Island, BC. Marzo 2018.

Hoy me considero más otro argentino viviendo en el exterior que un viajero con mochila en la espalda. Y eso está bien. Sea que viva acá o en otro lugar, no voy a dejar de viajar, porque es parte de lo que soy, pero ya encontré todo lo que necesitaba y le saqué todo el jugo que podía a mis grandes viajes sin rumbo fijo, y hoy ya estoy para caminar con un rumbo marcado, por mí.

Lo segundo que quería rescatar va de la mano con el dejar ir y soltar a Nueva Zelanda. Durante todos estos años, sin poder estar allá, busqué cosas que solía tener durante mi estadía en las islas. Creo que ya mil veces conté como amo The Kiwi Life, y como siempre vuelvo a leerlo. Siempre quise poder seguir escribiendo así pero nunca pude. Luché mucho, escribí mil cosas durante estos años y sólo tengo para rescatar un cuento corto llamado “Una nube en la estación Carlos Gardel” que creo sólo leyeron mis viejos, Mati, sus viejos y Eli, y un par de posts en el blog que escribí en Argentina y se perdieron, como “Esos encuentros inesperados” o aquel otro que como introducción al viaje a Brasil contaba como el viajar venía de familia (creo que ese aún vive en mi blog). Lo demás o nunca lo publiqué, o lo dejé desaparecer como casi todo lo que escribí en Brasil. Siempre temí perder el toque y no poder volver a escribir nunca de la misma forma. Soñaba con poder volver a escribir algo que me enorgulleciera y me encantara. Al llegar acá escribí únicamente dos o tres publicaciones que realmente me gustan. Después de muchos años, vi que aún tenía esa capacidad y fue otro peso que pude dejar atrás. Una vez conseguido, perdí las ganas de escribir así y prácticamente no lo hice más, y está bien. Ya no es un peso que llevo conmigo.
Lo mismo pasaba con el fútbol. Amé jugar para el equipo de Motueka y durante años quise volver. En el camino me hice bosta la rodilla. En el semestre anterior a venir me hice ver por el fisio de Boca, hice rehabilitación, y me maté 6 meses en el gimnasio para poder recuperar la rodilla con el único objetivo de venir a jugar a la liga canadiense. Me moría de ganas, era algo que estaba desesperado por hacer. Dos días antes de venir me esguincé la otra rodilla, lloré en el auto. A principios de este año empecé a entrenar de nuevo con el mismo objetivo. Hace unos meses, al principio de la temporada me fui a probar a un equipo de la tercera división de la liga metropolitana de Vancouver. Me invitaron a seguir yendo a entrenar hasta ponerme a punto y poder empezar a jugar la liga. Me llevaba 45 minutos de bondi ir, y 45 para volver. Después de el primer entrenamiento estaba feliz. Lo conseguí, después de 6 años pude volver. Después del segundo entrenamiento me di cuenta de que ya no tenía ganas de viajar tanto para ir a entrenar. Y no volví más. Y está bien.

A lo que voy es que me estoy dando cuenta de que mucho de lo que me faltaba y me desesperaba, no eran realmente cosas que necesito para ser feliz o que quiero realmente hoy. Eran cosas que me supieron hacer feliz en algún momento, y que sufría más su falta, de lo que realmente quería hacer la cosa en cuestión. Y así, poco a poco, me voy soltando de todo lo que ataba, de todo lo que me comía la cabeza y vuelvo a sentirme libre. Libre después de 6 años, libre en una forma completamente distinta, ya que en esa época tenía tantas o más cosas en mi mochila, que hoy, por tiempo pasado, por experiencias vividas, por maduración, edad, o como quieran llamarlo, pude soltar.


Y esa era la cuestión todo este tiempo. Yo sólo quería volver a atrás en el tiempo, quería volver a todo lo que me había hecho feliz, cuando siendo yo una persona completamente diferente, lo que necesito hoy son cosas completamente diferentes a lo que necesitaba en ese entonces. Lo que me hizo feliz en esa época no es lo que me haría feliz hoy. Sólo tenía que soltar el pasado. Hoy me siento de nuevo libre. Y me encanta.

viernes, 9 de febrero de 2018

Vancouver, la ciudad de la lluvia


Pasaron ya 3 meses desde la última actualización. ¿Ya? 3 meses??? Sí, ya 3 meses. Se imaginarán que hay muucho para contar. Al principio no escribía porque no había mucho material y esperaba a que se acumulara un poco más, y ahora tengo tanto que no se ni por dónde empezar. Pero como no tengo ganas de empezar a contar todo lo que me trajo hasta acá (ahora), vamos a saltar directamente a mi situación actual en la tierra de ardillas y alces.

Yo sé que ustedes se quedaron en Montreal y mis problemas con el francés a fines de octubre. Pero en este momento estoy viviendo casi en el centro  (Downtown) de Vancouver, en el barrio de West End, con Philipp y Leon (a quienes ya presentaré). Estoy en mi segundo trabajo (ya que conseguí otro antes, pero lo cambie por este nuevo), y casi que no recuerdo cómo se siente salir a la calle y que no esté lloviendo. Hoy encima hay viento, lo cual después de dárseme vuelta el paraguas, me recordó a como era vivir en Wellington.

West End desde el puente de Burrard Street
Vancouver está en la costa oeste de Canadá, sobre el Océano Pacifico. Pero tiene una geografía algo extraña, y tiene bahías y entradas de agua por todos lados, lo cual hace que todo el centro de Vancouver este prácticamente rodeado por agua. Tan así que parece una península. Para ir al norte o al sur tenés que cruzar un puente. Hacia el oeste está el mar y después de este, a unos 60 kilómetros, la isla de Vancouver (o Vancouver Island), donde está la ciudad de Victoria; hacia el este se extiende la ciudad, y más allá, la cordillera de las Rocallosas, y más allá (mucho más allá), Toronto y Montreal. O sea, mucho, mucho más allá. Calcúlenle mas o menos la distancia entre La Comarca y Mordor. Siendo La Comarca Vancouver, y Mordor Montreal (sin la montaña de fuego). 

Esto se está poniendo un poco confuso, no? Bueno, les hice un mapa de Vancouver al estilo Tolkien para que se ubiquen mejor. Nota: Cuando me di cuenta de que me faltaba una letra apenas terminé de escribir la palabra, me agarré la cabeza, y grité "NO!".


Me pasé como 2 horas haciendo el mapa

Habiendo mar por todos lados, hay playas. Se imaginarán que en pleno enero me la pasé tomando sol en la playa. Bueno, no. Empecemos por el hecho de que es invierno acá arriba. De todas formas, es la única zona de Canadá donde el invierno no es brutal, y cuando digo brutal no exagero. Hubo en las últimas semanas temperaturas de -40°C en Montreal, y si vas hacia el norte, temperaturas por debajo de los -50°C. Por lo que el clima de Vancouver es mucho, MUCHO, más benévolo. Pero eso no viene gratis. Durante enero las temperaturas rondaron los 7°C durante el día, y rara vez pasaron por debajo de los 0°C durante la noche. Comparándolo con los -30°C habituales de Montreal, se imaginarán que estoy más que contento de haber venido para este lado. Pero el precio es el sol. Ohhhh el hermoso sol! Imagínense que un día nublado, sin lluvia, ya es considerado un lindo día. Las pocas veces que uno mira por la ventana y ve un rayito de sol, deja todo lo que esté haciendo y sale corriendo ni bien se recupere de la estupefacción. A veces ni eso alcanza. El lunes pasado me desperté y encontré un mensaje de una amiga, donde me mandaba una foto del sol en Nanaimo (la isla), y me levanté corriendo. Vi el sol, desayuné rápido, agarré los auriculares y los anteojos de sol, y salí a la calle. Por supuesto, ni bien puse un pie afuera con una sonrisa de oreja a oreja, ya se había nublado. No había ni rastro del sol. Me saqué los anteojos de sol, los doblé, y los enganché en el bolsillo delantero de la campera, junto con mi sonrisa.


La costa en Coal Harbour...bajo las nubes
Llegué a la ciudad justamente en Navidad, y después de un día de nieve, y tres más de lluvia, salió el sol un sábado, y el viaje dio un vuelco increíble, pero eso voy a contarlo más adelante. Cuatro días de sol y cielo azul casi impecable, me engañaron cual inocente palomita, y me hicieron creer que el invierno iba a hacer así de hermoso. Desde ese entonces hasta hoy, 29 de enero, vi en total 2 o 3 días de sol. Que ni siquiera fueron realmente días de sol, sino parcialmente nublados, pero cada vez que veía un ligero resplandor dorado y unos rayitos de sol por la ventana, dejaba cualquier cosa que estuviera haciendo y salía corriendo a pasear mientras durara (por lo general no más de 20 minutos). Ya en la última semana no hubo ni eso. Pero en esos pocos días (o ratitos) de sol, vi una ciudad absolutamente hermosa. 


Kitsilano Beach al frente, y West End al fondo. Detrás, las Rocallosas.

Todos salen a tomar sol

Nota del presente: Ahh mierda, ¡se largó con todo afuera! De hecho, anoche leí que hay alerta por lluvia, lo cual sueña extraño ya que hace 3 semanas que no para de llover. ¿qué tan peor puede ser?

Hoy, al 8 de febrero, tuve dos mañanas con un ratito de sol antes de entrar al trabajo. Juro que fue la primera vez que sentí el sol en la cara en dos semanas, difícil no emocionarse.

Las lágrimas eran en realidad por el frío

Stanley Park
Imagínense caminando por pleno centro Vancouverense, una ciudad grande de 670 mil habitantes en la ciudad, y 2 dos millones y medio con todo el conurbano (Toronto es casi el cuádruple), donde en cada esquina o intersección entre los altos edificios modernos, mirás hacia el norte y ves como la calle baja unos pocos cientos de metros hasta el mar verde, y detrás de este, las enormes montañas de cimas nevadas. Créanme que te importa muy poco todo después de eso. ¿Tu jefe es un pelón mala onda? ¿Hoy tenés que hacer horas extras? ¿Los ridículos precios de alquiler hacen que no puedas ahorrar para las vacaciones? Mira el mar y las montañas y se te pasa. Ese paisaje se repite en prácticamente toda la ciudad. De hecho, a donde vivo yo, estoy a unos 600 metros de la costa norte, donde hay una marina, y a unos 700 de la sur, donde hay una pequeña franja verde que bordea el mar (donde estaba sentado el osito). Estoy también a 800 metros de English Bay, la playa más cercana, y a unos 800 metros de Stanley Park, un parque de 405 hectáreas (sí, 405 hectáreas, 10 veces el tamaño de los bosques de Palermo) con medio millón de árboles, 200km de caminos y senderos, y rodeado de mar. El parque está lleno de patos, ardillas que muerden (ya les contaré la historia), pajaritos que se te paran en la mano, pájaros carpinteros, un sinfín de aves acuáticas, y otras más voladoras, etc., etc. Es realmente muy creíble cuando me dicen que, en verano, la ciudad es un paraíso. 

Costanera de Stanley Park
English Bay con su playa. A la derecha, West End. A la izquierda, el comienzo de Stanley Park.

Hay también muchas cervecerías acá mismo en la ciudad, como Steamworks en la costanera del centro, con (hasta ahora) la mejor IPA de la ciudad y vista al mar; Granville Island ubicada en la isla homónima (y con una cerveza apenas aceptable); Parallel 49 (rica); Stanley Park (no tenían IPA, la Pale Ale zafó); Yaletown, la cual me fue recomendada por un personaje muy muy extraño que conocí en año nuevo pero a la cual aún no fui; y otras que aún no conozco. A su vez si vas al liquor store (los recordarán de Nueva Zelanda), el único lugar donde podés comprar alcohol ya que en los supermercados no venden, hay cervezas de toda la provincia, de todo el país, e incluso muchas de EEUU. Claramente estoy en campaña de probarlas todas. 

No sé si están viendo la vista al mar y las montañas que hay desde la ventana

24 piezas + sopa por 10 dólares. Nada mal.
En cuanto a comida, hay de todo. Acá en el centro hay casi más inmigrantes que canadienses, y no exagero. La proporción sería, según mi experiencia personal, mitad de extranjeros y mitad de canadienses, por lo que se imaginaran que hay restaurantes de todo tipo. Hasta hay una "churrascaría brasileira" (parrilla brasileña) a la vuelta de casa. El sushi es tan barato que comí 3 veces seguidas en 4 días, y pienso volver pronto. Para que se den una idea, te sale más barato comer 24 piezas de sushi más una sopa miso, que un combo en McDonald’s. 

Habrán quizás escuchado que este año se va a legalizar la marihuana en el país. Bueno, British Columbia (la provincia donde queda Vancouver) viene bastante más adelantada. Apenas llegue vi los "dispensadores" de marihuana medicinal, lo cual no es nuevo ya que están por todo el país. Los dispensadores son pequeños negocios legales donde compras como si fuera una farmacia. Para comprar necesitás una receta médica, o pertenecer a un club (aunque hecha la ley, hecha la trampa, muchos venden disimuladamente sin necesidad de lo anterior). Pero un día, paseando por el centro, llegué a la plaza frente al museo de arte, y vi que había un stand en plena plaza, en pleno centro, con varios frascos, a simple vista, llenos de marihuana. Sin el menor reparo. A los pocos días volví a pasar, y había no un stand, sino tres. A la semana había como 7. Ya había a la venta frascos, galletitas, brownies, y demás. Pero esto no termina ahí. Hay también negocios enormes. Cerca del hostel donde viví 3 semanas (pasé por 4 hosteles diferentes en la ciudad), había un local de dos pisos, el Cannabis Culture. En el piso inferior vendían pipas, bongos de vidrio, plástico, industriales o artesanales por artistas locales reconocidos; filtros de aire (soplás por un lado y por el otro sale aire limpio, sin olor); y todo tipo de accesorios y ropa. En el piso superior, hay como un bar y lounge exclusivo para fumar marihuana, donde podés sentarte en sillones y fumar por tu cuenta, o ir a la barra, y elegir entre una enorme variedad (enorme) de aceites de cannabis, y los fumas en unas pipas que están sobre la misma barra. Fui un viernes a la noche y estaba lleno de gente de todas las edades, desde amigos de 20 años, parejas de 30, 40, 50, y hasta sesenta y largos. Después del bar, y al fondo del local, tenés el dispensador, donde encontrás un mostrador grande con más de 30 frascos con diferentes variedades expuestos en la vitrina, cada una explicada por nombre, cualidad, y efectos. También hay aceites concentrados, cremas, jarabes, gomitas onda Mogul, y cosas que ni sé que son.

También hay 24 sucursales de la librería publica de Vancouver por toda la ciudad, lo cual me ayuda a mi problema de comprar compulsivamente libros usados, ya que los puedo tomar prestados. De hecho, ahora mismo estoy en la que queda sobre la calle Denman, sentado en la compu 1018, y de frente a la ventana (por la cual veo agua caer constantemente). 

Quizás hayan escuchado sobre la extrema amabilidad canadiense. Es completamente cierta. Pase lo que pase, te piden disculpas. Te chocan por la calle, te piden disculpas. No llegas a chocarte, pero medio que te pasan por delante, te piden disculpas. Si vos estás llegando a la esquina para cruzar, y ellos doblan y pasan antes de que vos llegues, te piden disculpas por no darte el paso. Hasta me pasó una vez que estaba en el banco y tenía que firmar algo. Agarré una lapicera y cuando fui a firmar se me cayó, el banquero dijo "uh, sorry". O sea, YO agarré la lapicera, se me cayó a MÍ, y él me pidió disculpas. La semana pasada leí en el diario que una pareja quiso asaltar a un hombre en Calgary de noche, pero como su campera no era de marca, se la dejaron, y al irse cada uno por su lado se desearon que tengan una linda noche. Es decir, la víctima a la que le robaron la billetera y casi la campera, les deseó una linda noche a los asaltantes. Canadá señores, donde podés hasta robarle a una persona, quien probablemente te pida disculpas por no tener una mejor campera para darte, y después te agradece y te desea que tengas una linda noche.

En cuanto a la fauna urbana local, hay por supuesto ardillas (aunque con la lluvia se ven mucho menos que en Montreal o Calgary...ah sí, pase por Calgary, ya les contaré); mapaches (aunque en invierno se esconden y aún no vi ninguno) que son un peligro para gatos domésticos y tachos de basura; zorrinos (me crucé uno una noche cuando iba al trabajo); como 10 especies de aves acuáticas como patos, gansos (están por toda la costa y no te tienen el menor temor); bandadas de cuervos que dan miedo (créanme que te sentís en un cuento de Edgar Allan Poe o en Jurassic Park, no sé porque pero cuando paso y empiezan a graznar me recuerdan a los velocirraptors en la cocina), gaviotas que viven cazando cangrejos; cormoranes; colibríes; y un sinfín de pajaritos de colores que desconozco. De hecho hay un festival internacional de aves en Agosto, y pienso ir (www.vanbirdfest.com), el Bird Fest (?). 

Aparte de todo esto, piensen que la ciudad está rodeada por montañas, bosques, islas, y mar, por lo que hay senderos y subidas a las montañas, paseos en ferry, y demás. Hay naturaleza por todos lados. De hecho, la Isla de Vancouver está casi sin poblar, más allá de dos ciudades (Nanaimo y Victoria) y algún que otro pueblito perdido por ahí. Está a menos de 2 horas en ferry, donde podés cruzarte con grupos de delfines y orcas en el camino. La semana pasada camine 5 kilómetros desde el centro de la ciudad, y llegué a Jericho Beach, un lugar paradisíaco y difícil de creer que esté tan cerca de la ciudad. Sólo recordás que está cerca porque allá a lo lejos se ve el contorno de la misma al otro lado de la bahía.


Jericho Beach y el muelle. Salí en shock del muelle.

En resumen, si les gusta el mar, las montañas, la cerveza, la comida, la marihuana, los libros, los animales (especialmente los pájaros), las nubes, la lluvia y la vida tranquila, Vancouver es para ustedes. ¿Suena perfecta no? Bueno, por algo es la tercera mejor ciudad del mundo (sí, del mundo entero) para vivir (www.traveler.es).

Queda pendiente para la próxima, contarles un poco sobre mi último tiempo en Montreal, el viaje en auto hasta Calgary con un desconocido algo extraño, 2 semanas en la casa del curry, una semana en Banff y el frío polar (sospecho que ahí es donde vive Papa Noel), la Navidad menos especial de mi vida, y la llegada a Vancouver, incluyendo los festejos de año nuevo. También tengo que presentarles algunos personajes que van a ser recurrentes, especialmente Philipp y Leon, mis compañeros de casa. Ah, y queda contarles sobre los trabajos. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. 


PD: Hoy salió el sol todo el día, cosa de no creer, y vi una pareja de nutrias. Casi me muero ahí mismo. Las perseguí desde la costa, río arriba por el barro. Valió la pena completamente.


Doble Yapa hoy: Foto y música


¿Vieron las nutrias?




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