martes, 24 de octubre de 2017

Bonjourrrrr!

(pedazo de zoquetes!)

Señoras y señores! Llegó lo que tanto esperaban. Para el bolsillo de la cartera y la dama del caballero! Un nuevo post en The Kiwi Life.


Martes 24 de Octubre de 2017 - Casa, Montreal

Ahhh, el dulce repiquetear de la lluvia en la calle que no me deja salir. Por suerte, Eli es tan cartonera como yo y ahora tenemos sillón.


No, momento, me salteé como 2 semanas de historia. Volvamos atrás.


Veamos, pasaron 3 semanas desde la última vez que publiqué algo, y claramente pasaron varias cosas. Pero vamos a mantenerlo breve ya que no quiero abusar de su tiempo, y todos tenemos series de Netflix a las cuales volver.

Después de un par de días de avistaje de ardillas, paseos por Toronto y un encuentro fortuito con una más que interesante viajera noruega, el miércoles 4 de Octubre me subí a un micro rumbo a Montreal, la cuarta ciudad francófona más grande del mundo, a donde me hospedé temporalmente con estos personajes:

Alex, yo, Roman, Gaby

Alex y Gaby (los dos en los extremos) son los mejores amigos de Clara, y Roman vive con ellos. Los 3 son estudiantes, y me recibieron de brazos abiertos. Clara, a quien conocieron si fueron mi último viernes en Argentina a 1516 (bar), es una francesa que vive hace 3 años en Montreal. Ella tenía dólares canadienses para vender, en su vida se imaginó que alguien en Buenos Aires los iba a querer. Yo quería comprar dólares canadienses antes de venir, en mi vida me imaginé que alguien en Buenos Aires podría tener, ni el Banco Nación tenía. Así nos encontramos en Palermo, y un par de cervezas de por medio más tarde, yo terminé durmiendo en la casa de sus mejores amigos en pleno Montreal, “por unos días”, hasta que me acomodara. Una semana después, seguía durmiendo en su living. Me repartí el tiempo en:

- Buscar casa
- Buscar trabajo
- Explorar la ciudad
- Pasar el rato con ellos 3
- Hablarle a las ardillas

En ese orden de prioridad.

Así encontré al poco tiempo casa, cuyos detalles serán contados en otra ocasión.

El balcón del medio, con la maceta roja

Como decía, por suerte, mi compañera de casa es tan cartonera como yo. El cuarto que alquilé no estaba amoblado, por lo que tuve que dormir en un colchón prestado por ella. En el living no hay sillón, porque su compañero de casa anterior se lo llevó.

En Canadá no hay de los tan amados Recycling Center que había en Nueva Zelanda, esos mágicos lugares donde podías comprarte desde un par de botines a una cama por unos pocos dólares, por lo que comprar cualquier cosa que necesites es un poco más caro. Sí están el Ejército de Salvación y otros negocios de segunda mano, pero nada tan abundante, variado, y barato como los Recycling Center.

Como ya saben, soy de salir a caminar todo el tiempo, principalmente porque no tengo nada mejor que hacer. Al no haber centros de reciclaje como en NZ, la gente acá deja las cosas que no necesita más en la puerta de sus casas, así es normal salir a caminar y encontrarte con muebles o pequeñas cosas en buen estado. Es mas o menos como hacemos en Argentina también, sólo que acá es bastante más común. La semana pasada vi un sillón de un cuerpo a media cuadra. Estaba algo mojado por la lluvia, y le faltaba una pata, pero nos robamos un adoquín y un ladrillo como reemplazo, y lo pusimos en el living. Ayer mientras caminaba por la Avenida Saint-Zotique, vi dos sillones de dos cuerpos en la calle. A la noche los fuimos a buscar, pero como no podíamos inspeccionarlos bien por la falta de luz, volvimos esta mañana. Inspeccionarlos es fundamental!, ya que en Montreal hay un gran problema de insectos, que una vez dentro de tu casa, son más difíciles de sacar que los pantalones de cuero de Ross (ver Friends). De hecho, ahora mismo hay una invasión de vaquitas de San Antonio. Lo gracioso es que muerden a la gente en los parques, así que es todo un tema, está en todos los noticieros.

VAQUITAS DE SAN ANTONIO CARNÍVORAS ATACAN LA CIUDAD DE MONTREAL

Bueno, volviendo al tema, tenemos sillón, y no podemos estar más felices. Ahora tenemos donde leer y donde ver peliculas todo el gélido y aterrador invierno canadiense.

Ya que estamos, les cuento un poco de donde estoy viviendo y con quién. Me mudé al barrio de Rosemont, a 3 cuadras del Parque Maisonneuve, donde están el jardín botánico, el estadio del Montreal Impact (donde juega Pablo Piatti), y el parque olímpico, donde se celebraron los juegos olímpicos de 1976. Es un barrio más bien residencial, super tranquilo. No es el barrio más lindo de la ciudad, pero sigue siendo hermoso. De todas formas si caminas hacia uno u otro lado, te encontrás con zonas mágicas. Lo negativo es que está algo alejado del subte (principal medio de transporte en invierno), y voy a tener que abusar de mi bici, lo cual no va a ser fácil por la nieve. De hecho el día que vine a conocer el depto, tuve que caminar 20 cuadras hasta la estación de subte más cercana, y a la vuelta me agarró la lluvia. El único día hasta el momento en que había salido sin paraguas, fue el único día en que llovió. Y, por supuesto, llevaba puestas mis viejas zapatillas blancas, las cuales tienen un agujero en la suela. Me salió redondo.

Eliana, Eli, es una montrealesa estudiante de arte de 21 años, la misma edad que mis antiguos compañeros temporales de casa, lo cual no me hace sentir especialmente joven. Ayer me miraba al espejo y recordaba lo enojado que estaba cuando aparecieron las 3 primeras canas en la barba. Ahora ya tomaron toda un área del mentón. Eso sumado a que ante cada invitación, a lo que sea, antes de decidir tengo que meditarlo bien, cuando antes era bastante más fácil.

- Facu, vamos a un recital en el centro?
- Dale

- Facu, querés venir a una charla sobre la importancia de la caja de cartón en la sociedad del siglo XX?
- Vamos

Ahora es más complicado:
- Vamos al mercado de la esquina a comprar algo para comer?
- ….mm… hay pan. Estamos bien.

Ahora ya hace más de una semana que estoy en el nuevo depto. Solemos poner música y quedarnos charlando. Una vez ella se puso a pintar y yo me quedé mirando. Después nos agarró el bajón y salimos de noche a comprar comida al super. Nos hicimos unos nachos con salsa y los comimos en el balcón. Pero de vez en cuando sale con alguna idea de ir a algún lado de noche y se me estremece todo el Centro de Gestión de Motivación y Pachorra. De día vamos a donde quieras, ahora, a las 12 quiero estar durmiendo, no me jodas.


Me compré una bici para recorrer mejor la ciudad, y unos botines de segunda mano. Mis ganas de jugar al fútbol van mucho más adelantadas que la capacidad de mis rodillas de hacerlo. Hasta ya conseguí equipo de 7 para un torneo amistoso que empieza este sábado...ya veremos como viene la mano (o la rodilla).

Más allá de eso no hay mucha más novedad. Conseguí casa que era primordial, ya que necesitaba con urgencia poder desarmar la mochila, pero aún sin novedades de trabajo, lo cual es, admito, bastante difícil cuando no hablo el francés. Igual estoy intentando, juro que intento. Siempre que voy a algún lado intento comunicarme en francés, pero siempre tienen algo que acotar o preguntar y me quedo con cara de: “ehhhhh?”. En el subte te avisan de las estaciones en francés. Por ejemplo dice: “Prochaine station París” (léase: pgoshén stación Paguí) y pensás, “listo, la estación que viene es París, entendí bien”, y cuando llegás la estación se llama “Place Des Armes”...no entendí tan bien como creí. Pero va mejorando de a poco, esta semana ya dos personas me preguntaron por direcciones, a un viejo lo mandé a cualquier lado, pero a otro le dije bien. También completé satisfactoriamente la compra de un café:

- Buenos días, un café por favor.
- Oujgourdhuicepantró CREMA auletrateproductwmad?
- Si! Con crema!
- Qué tipo de crema?
- … sin crema.

Orgulloso de mi café sin crema. Tal como lo quería.

Admito que es altamente frustrante e intimidante que todo sea en francés, pero al mismo tiempo le da una vueltita de exoticidad a la ciudad. Onda, voy caminando y pienso: “mírenme, que elegancia la de Francia!”, hasta que recuerdo mis zapatillas agujereadas y se me pasa.

La ciudad en sí es hermosa, eso no se puede negar. Y es super fotogénica, especialmente ahora en otoño, ya que las calles están cubiertas por hojas, y los árboles están verdes, amarillos y rojos. Hay ardillas buscando comida por el piso y correteando cuervos. Hay casas completamente cubiertas por unas enredaderas con hojas de colores, y hay banderas de Québec por todos lados, muchas más que de Canadá (me huele a independentismo). Caminás por calles super francesas y salís a avenidas super anglosajonas, es una mezcla increíble. Hay plazas y parques por todos lados, y en casi todo parque hay canchas de fútbol de 7 y 11 impecables!, es una lástima que nunca haya gente para usarlas. Jebús le da pan al que no tiene dientes y canchas hermosas al que no tiene pelota.

Llegás a una esquina y los autos que vienen en todas direcciones frenan, y esperan a ver para que lado vas a cruzar, aunque aún no hayas llegado a la esquina. Veo perros por todos lados, pero como no sé cuales son las reglas sociales sobre tocar perros ajenos, me quedo quieto a ver si el perro viene por su cuenta. Ahí no es mi culpa, es la del perro.

Uf, mi flatmate hizo unas tostadas francesas para ponerles jarabe de arce. Gloriaaaaa!

No deja de ser una ciudad grande igual, eso es lo único que me choca un toque, pero después ves las ardillas y se te pasa. Me dijeron también que hay mapaches que hacen destrozos en los tachos de basura, pero aún no tuve la suerte de verlos. A pesar del tamaño, hay parques con bosques, y partes del río en donde podés estar vos sólo en medio de la vegetación, meter los pies en el agua, y no ver a nadie cerca. Es decir, podés escaparte un toque de la metrópolis.


  



De todas formas aún me siento bastante turista, y no termino de caer que realmente estoy viviendo acá. Todavía no entiendo lo que está pasando, y en cierta forma hay una parte mía que sigue en Buenos Aires. Tiempo al tiempo, pan al pan, vino al toro. 

Creo que se me hizo algo largo ya. Quedarán más anecdotas para la próxima! Los mantengo informados sobre mi progreso con el francés. Los dejo con una yapa, una ardilla blanca.

Sí, podría haber elegido una mejor foto la verdad



lunes, 2 de octubre de 2017

The Squirrelife. Dia 2 de 365.

Dia 2 de 365 - 2 de Octubre de 2017, Kensington Market, Toronto, Canadá

Si bien recién empieza el segundo día, ya lo cambió todo. Había escrito bastante ayer por el primer día, pero hoy quiero pasarlo rápido para llegar a hoy. Ayer fue un día algo extraño, después de no dormir en toda la noche, me la pasé caminando por Toronto impulsado por la energía de un nuevo lugar y de todas las ardillas que vi (Squirrelife = Vidardilla). Pero lo cierto es que estaba completamente agotado. Fue un día muy largo (doble, no dormí el sábado a la noche). Preparar un viaje así y hacerlo es extremadamente agotador tanto mental como físicamente, y así sin descanso y sin punto de quiebre entre una vida y la otra, entre un mundo y el otro, y todo lo que hubo en el medio, no terminé de entender qué estaba pasando. 

Me acosté antes de las 10 pm y caí casi automáticamente inconsciente. Hoy me levanté 7:15, desayuné y salí a caminar por el barrio hasta que abriera Service Canada donde iba a pedir mi número SIN (Número de Seguridad Social) para poder trabajar. Hoy fue diferente. Hoy empecé acá de cero, es como cuando usas la compu mucho tiempo sin parar (dos días seguido) y a todo culo, la apagás y al día siguiente arranca, carga el Windows de cero y funciona mejor. Algo así fue, hoy empecé de cero acá y hoy pude entender realmente que llegué, y que estoy en Canadá. Me es difícil hablar objetivamente ahora porque todo conlleva un montón de sentimientos. A medida que caminaba por las calles del barrio entre casonas increíblemente hermosas con jardincito adelante quedé absolutamente fascinado. Giré a derecha, giré a izquierda y cada calle era más linda que la anterior. Me paraba en las esquinas a admirar y tuve que aprender a no hacerlo porque cada auto que pasaba se quedaba esperando a que cruce y tenía que hacerle señas para que pase tranquilo. Vi perros, gatos, ardillas, adultos sólos, adultos charlando en una vereda, perros acompañados de sus humanos, chicos en bici, y chicos caminando sólos yendo a la escuela. Vi los típicos micros escolares amarillos de las películas pero en versión bonzai. Vi casas que se notaban eran nuevas y otras viejas que de tan sólo verlas te daban ganas de sentarte en la entrada a leer un libro. “Vení, ponete cómodo, tomá, lee esto que te va a gustar”. Casas impecables y casas venidas abajo y aún así mágicas y maravillosas. Quería comprarlas y arreglarlas todas. En cada casa que estaban refaccionando, me asomaba a ver si lo veía a Jonathan Scott (ver “Hermanos a la Obra” por H&H). Cuadras llenas de árboles y casas del mismo estilo una al lado de la otra. Llegué a una escuela con un parque enorme con canchas de básquet y otras cosas que no llegué a ver porque no podía parar de mirar los aros y las redes. No pude sacar ninguna foto. Estaba como en un trance, conectado con todo lo que veía, con un mundo nuevo y no quería romperlo, no quería dejar de mirar cada detalle de cada cosa que tenía al alcance de la vista. 

Por primera vez me sentí realmente en Canadá. Cuando me alejé del centro, de las torres, de lo turístico y me adentré en lo real. Me ponía y me sacaba los anteojos de sol según si quería ver bien todo, o si la cara se me torcía por las sensaciones que me afloraban de adentro y no quería que la gente viera ni mi cara de asombro, ni los ojos llorosos, ni otros gestos incontrolables. La diferencia entre ayer y hoy es la misma de cuando ves a una persona hermosa, y cuando te enamorás. En nada, en una noche de diferencia, en una caminata de 45 minutos por un barrio cualquiera de Toronto, pasé de ver una ciudad nueva, un país nuevo, una cultura nueva, un mundo nuevo, a ser parte de él.

Llamé a un gato que no se acercó, toqué la reja baja de una casa para sentir que realmente estaba ahí, nos miramos a los ojos con una ardilla negra por un buen momento y después me vino a investigar más de cerca, yo encantado. Vi un perro negro hermoso y peludo atado a un árbol en la puerta de la escuela pero no me animé a ir a abrazarlo y tocarlo como quería porque no se como son las reglas sociales acá sobre los perros ajenos, y no quiero molestar a nadie. Por eso ya no me paro en las esquinas a boludear, y ni siquiera cruzo la calle aunque no haya autos en cientos de metros a la redonda hasta que el muñequito no se ponga en blanco. Agradezco a todos los que me dejan pasar aunque no haga falta. Es todo tan “perfecto” que da miedo tocarlo a ver si se rompe. No quiero hacer nada que pueda perturbar el balance perfecto. Da la impresión de que la amabilidad es más fuerte que el mal humor o las ganas, porque me crucé gente divina y con buena onda, y otros que no tenían un buen día, pero que al bajar la escalera mecánica del subte entre el aeropuerto y la ciudad vieron que llevaba una mochila y se acercaron para decirme que daba lo mismo el andén izquierdo o derecho porque ambos iban hacia el este. Yo de mal humor evito a la gente, ella de mal humor pensó que quizás un mínimo de información podía serle útil a un viajero desconocido. Aunque por ahora abrí varias veces el mapa y nadie vino a preguntar si necesitaba algo (punto para Wellington). Pero...ardillas (punto para Toronto). Welligton 1 – Toronto 1.



No quiero parar un segundo. No quiero quedarme más de lo mínimo indispensable en el hostel o en el cuarto. Miro por la ventana y es como estar sentado al pie del árbol y ver por el agujero el País de las Maravillas, querés saltar ya y rascarle la barbilla al gato (es raro, pero sigue siendo un gato). Quiero caminar por cada calle que veo, doblar en cada esquina, tomar un café en cada café, una cerveza en cada bar, quiero comer en cada puesto callejero, quiero subirme a cada edificio y mirar el paisaje, quiero hablar con cada persona para que me cuente su vida, quiero chamuyarme a cada mina que veo, quiero acariciar a cada perro que veo (eso no es nuevo igual), quiero todo, quiero cada cosa, no quiero parar. Viajar es como una droga, y es igualmente adictivo.

No sé aún que voy a hacer mañana. Qué digo? No sé ni qué voy a hacer después del mediodía. Lo único que sé es que esta semana me voy para Montreal, Toronto se me hace muy Auckland y por eso quiero escaparle rápido. Estoy seguro que hay ardillas por todo el país. Le agregaría a wikipedia la densidad de población de ardillas por ciudad, así me ayuda a decidir a dónde quiero ir a continuación. Admito que estoy obsesionado con ellas. Las quiero adoptar a todas.




Esto recién empieza. Día 2 de 365. En Ardillalandia

Los dejo con algunas fotos de ayer.

La primera vista de Toronto ni bien salí del subte. 

Downtown Toronto. el Centro.

Waterfront. Parte de la costanera.

Era obvio que le iba a sacar fotos a los pájaros locales. Acá un pato y una gaviota debatiendo sobre la pesca del día.


Otra parte de la costanera

jueves, 17 de agosto de 2017

Six ans

Hoy estoy de muy buen humor. De tan buen humor que hasta quizás les cuente algo muy importante. De tan buen humor que voy a dar vueltas antes en vez de contarlo directamente, como suelo hacer. Pero, para que no hagan trampa, no va a estar al final, sino que van a tener que leer todo para darse cuenta.

Hoy es un día precioso. Sol, calorcito, como si fuera primavera. Amo la primavera, me cambia completamente el ánimo, asique va a ser una lástima que no esté acá para disfrutarla. Bueno, en realidad tengo 9 días y medio de primavera, y pienso aprovecharlos al máximo. Hoy también lo aprovecharía, pero como estoy terminando de recuperarme de una suave, suave gripe, prefiero guardarme un par de días más. Por lo menos miro por la ventana y me imagino jugando afuera en el pasto. Eso suena más triste de lo que pensé. Sigamos adelante.

Cada tanto me gusta pensar en efemérides propias, o sea, que estaba haciendo un día como hoy hace X cantidad de años. La memoria no es mi fuerte, así que esa X no puede ser más que 6 o 7. Y qué casualidad, justo quería hablar de Agosto del 2011! (X=6)

El 17 de Agosto del 2011 me encontraba en Auckland, en mi catorceavo (14°) día en Nueva Zelanda. Era miércoles, un día soleado pero algo fresco (máxima 11°C). Para esa altura estaba empezando a darme cuenta de que todo era real y no parte de un hermoso sueño que iba a terminar ni bien me despertara una mañana en Buenos Aires para ponerme la camisa e ir a unos de los peores trabajos que tuve en mi vida, CTM. Igual cada mañana temblaba un poquito antes de abrir los ojos, y suspiraba aliviado al ver ese pequeño cuarto sin ventanas del hostel aucklaniense (?). Las dos semanas anteriores consistieron básicamente en pasear todo el día, y salir toda la noche (o lo que se entiende por toda la noche en NZ. Todo cierra a las 3.30 am). Ya era hora de empezar a decidir que iba a hacer, si alquilar un depto ahí mismo con algunos amigos que conocí al llegar, o si acudir al llamado de Naty que me esperaba en Wellington. El deseo de una nueva aventura fue mayor, y así a los dos días me decidí y saqué los pasajes para la capital kiwi.




Se habrán dado cuenta que esto supera en creces la capacidad de mi memoria, acudí al post del 19/8 de TKL. (Consejos de supervivencia en Auckland ante la falta de trabajo).

No sabía absolutamente nada de lo que me esperaba ni en Wellington, ni en el resto del viaje. Recuerdo esa sensación de ser el recién llegado y el encontrarte con gente que ya llevaba mucho tiempo ahí y preguntarles todo lo que se te podía ocurrir. Hoy, ya habiendo pasado todo, y hace mucho tiempo (no llores Facundo), puedo adelantarles un poco que pasó.

Sí, ya sé que saben todo lo que pasó. La mayoría de ustedes ya leyeron todo The Kiwi Life antes, pero!, pero, estoy seguro que no lo releyeron 100 veces desde entonces como yo lo hice (No llores Facundo).

En Wellington encontré un lugar que ni en mis mejores sueños utópicos podría haber imaginado. Aún recuerdo esa fría, fría mañana cuando Nati se suponía que tenía que irme a buscar a la estación de tren porque yo no sabía el camino (ni la dirección de la casa), y me hizo esperarla 40 minutos (ella vivía a 15 min de la estación, yo viajé 11 horas y llegué a tiempo). Llegué a la casa, y fui conociendo a mis futuros flatmates (pronúnciese “flátmeits”, compañeros de casa). Y cómo olvidar al chileno ilegal que los estafaba y hablaba como cubano! Duró poco igual, al poco tiempo desapareció sin dejar rastro e hizo que nos convirtiéramos en CSI por unos días. Wellington fue una de las etapas más maravillosas de mi vida. Toda la gente de esa casa era...no quiero decir loca, pero no me sale mejor palabra….particular? Puede ser. Tanto como yo por lo menos. En la ciudad del viento lavé platos cual pulpo supersónico, vi algunos partidos del Mundial de Rugby, estuve en los festejos cuando lo ganaron los All Blacks (sorpresa, sorpresa), paseamos mucho, y amé la vida como nunca. Pero, era un viaje, no me iba a quedar para siempre ahí.




Y así partí al sur. Cruzamos en ferry, manejé en estado total de pánico por el lado contrario de la ruta y con el volante del lado opuesto al borde de un precipicio. Hundí mis pies en la arena de la playa más hermosa que ví hasta ese momento, perdí mi billetera 2 veces y me fue devuelta llena ambas veces por la policía, me compré una camioneta vieja, pasé unas navidades épicas con los Miles y el Gordo en Nelson, hicimos road-trip, nos instalamos en Cromwell. Jugé al fútbol con Vanuatus (dícese de las personas nacidas en Vanuatu. Es un país. En serio), me comí la mitad de la producción anual de cerezas de la empresa donde trabajaba, hicimos el mejor road-trip de la historia con el Gordo, Kozué (japonesa), y Ben (inglés) en la camioneta. Y llegamos a Motueka para disfrutar de los últimos dos meses del verano. Que se extendieron hasta pasado el invierno. Junté manzanas cual mono araña, jugué al fútbol en el equipo de la ciudad cual J. R. Riquelme (sí, así de malos eran todos), exploré toda la región a más no poder, tuve un romance con una kiwi más grande que yo y mamá de una nena de 9 años a quién bañé en gasoil por accidente una vez mientras le llenaba el tanque a la camioneta, fui extra en el Hobbit y me sentí Elijah Wood por unos días, casi muero en la explosión de una cocina (eso fue en Wellington pero me olvidé de ponerlo antes), hice amigos y más amigos, y más amigos. Me senté en el “porche” trasero para ver mil atardeceres, escuchar mil canciones, tomar mil cervezas, y charlar una y otra vez con todos los compañeros de casa.


And the sign said "long haired, freaky people...need not apply"


Fui feliz! Cada día era un regalo. Cada mañana me levantaba y era feliz tan sólo de despertarme ahí (igual mi cara y mi humor reaccionaban unos 45 minutos más tarde, pero la alegría interna ahí estaba). Todo tiene un fin, y ese viaje también lo tuvo. En cierta forma, en cierta otra no.

Volví a BA. Me perdí, me desoriente, me deprimí, me confundí, me recibí, me operé la vista, y me fui de vuelta. Brasil…..na nara nara nara naaaaa. Pelo afro, zunga negra, ojotas hasta para salir a pasear, más brasilero que los brasileros. Río, calor, samba, baile, morro, subida, bajada, monos, tucanes, más monos, coixinhas de frango, capirinhas, más caipirinhas, aún más caipirinhas, bondinho, fuchibol, Santa Teresa, ey Valderrama! (así me decían cuando jugaba al fútbol), playa, mar, vistas increíbles. Río básicamente.



Carioqueamos un poquito por aquí, carioqueamos un poquito por allá, y también argentineamos bastante, obvio. Mundial! Alemania-Portugal y Francia-Suiza en Salvador de Bahía. Reencuentro con los Miles también en Bahía y deseos desesperados de que meterme en sus valijas y volver con ellos a Nueva Zelanda. Argentina-Suiza en São Paulo, y los demás en la playa de Copacabana. Salvo el 7-1 de Alemania-Brasil que lo vi en el hostel con un gran grupo de brasileños (mezcla de lástima y risa, lastirrisa)

Otro hostel! Pero esta vez uno propio. Nos mudamos. Favela, Vidigal, açaí con granola. Pintura, pintura, dios tanta pintura. Renovación completa, compras, reequipar. Sistemas, trabajo. Dios cuánto trabajo! Abrimos. Un éxito. Reveillon en Copacabana (Fiesta de año nuevo. Todos de blanco. Playa, fuegos artificiales. Una locura). Carnaval. Más éxito. Mucho trabajo. Muchísimo trabajo. Sin descanso, sin paseo. Sin descanso y sin (Santa) Teresa, Facu pierde la cabeza. Visita materna, una muy necesaria. 1 semana de luz en Ilha Grande. Visita de Euge. Robado por la policía militar. Amenazados de muerte por la Policía Militar. Parado sobre una roca. A un paso del precipicio. Abajo más rocas, mar. Atrás un policía con rifle diciendo que me va a empujar. Chau Facu? No, no, aún hay Facu para rato. Ayahuasca. Ayahuasca de nuevo. Ayahuasca una vez más. Ayahuasca una última vez. Explosión de cabeza. Resolución de mil asuntos pendientes. Nuevo Facu. Hola nuevo Facu! Río ya no me hace feliz. Chau Río.


Despedida de Río


Hola Buenos Aires! Buen laburo, Córdoba, Corrientes. Visita de holandesas conocidas de Río. Renacer de un viejo “enamoramiento”. Visita de los Miles, bajada de caña sin códigos (valió la pena). Nuevos sobrinos y sobrinas. Amor por ellos. Adiós Tomi, nunca pensé que una bolsa de pulgas amarilla podía tocarme tanto y dejar un hueco enorme; por suerte estuve acá y no lo sufrí a la distancia. 

Pero ya no soy el que era cuando me fui allá por el 2011. Viajar te cambia. Para siempre. No tenés idea cuánto. No sólo vos, la gente más cercana también; mis viejos. Hola nuevos viejos!

Es la primera vez en mi vida en la que realmente soy feliz con quién soy y en quién me convertí. Los dos viajes fueron extremadamente diferentes. Pero si hay algo que aprendí, es que aún tengo más viajes por delante. Mil aventuras más. Da tanto miedo. Pánico, cada vez que me embarco. Pero más miedo me da no embarcar y no seguir haciendo lo que me hace feliz, lo que me llena. Años de confusión. A dónde voy? Qué hago? No sé. No sé. QUÉ HAGO???? Meses de investigación, miles de opciones. DESESPERACIÓN. Esta, es esta, algo en el fondo de mi alma me dice que es esta. Pedido de visa. Error, no sale. Pedido de nuevo. Miedo. Aprobada. Más miedo. Más tranquilidad también. Igual no me voy hasta dentro de un año. Y el año se pasa rapidísimo. Un año. 10 meses. 8. 6. Ya? Medio año? En serio? No, no caigo. 4. 3. 2. 45 días. 43 días, y acá estamos.

Sí. En 43 días me voy de nuevo. Exactamente a donde quiero ir. Exactamente a donde quiero pasar mi próximo año. Suena irreal. Hace más de 6 años que no me siento así. Hace más de 4 que espero algo así. Y la incertidumbre fue siempre lo más difícil. Quizás suene estúpido, pero no tienen idea lo que fueron esos años de espera. Y ahora está al caer. Soy yo el que todavía no caigo. 42 días, 21 horas. 42 días, 20 horas, 59 minutos.

Sí. Me voy de nuevo. Pánico. Felicidad.


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