jueves, 17 de agosto de 2017

Six ans

Hoy estoy de muy buen humor. De tan buen humor que hasta quizás les cuente algo muy importante. De tan buen humor que voy a dar vueltas antes en vez de contarlo directamente, como suelo hacer. Pero, para que no hagan trampa, no va a estar al final, sino que van a tener que leer todo para darse cuenta.

Hoy es un día precioso. Sol, calorcito, como si fuera primavera. Amo la primavera, me cambia completamente el ánimo, asique va a ser una lástima que no esté acá para disfrutarla. Bueno, en realidad tengo 9 días y medio de primavera, y pienso aprovecharlos al máximo. Hoy también lo aprovecharía, pero como estoy terminando de recuperarme de una suave, suave gripe, prefiero guardarme un par de días más. Por lo menos miro por la ventana y me imagino jugando afuera en el pasto. Eso suena más triste de lo que pensé. Sigamos adelante.

Cada tanto me gusta pensar en efemérides propias, o sea, que estaba haciendo un día como hoy hace X cantidad de años. La memoria no es mi fuerte, así que esa X no puede ser más que 6 o 7. Y qué casualidad, justo quería hablar de Agosto del 2011! (X=6)

El 17 de Agosto del 2011 me encontraba en Auckland, en mi catorceavo (14°) día en Nueva Zelanda. Era miércoles, un día soleado pero algo fresco (máxima 11°C). Para esa altura estaba empezando a darme cuenta de que todo era real y no parte de un hermoso sueño que iba a terminar ni bien me despertara una mañana en Buenos Aires para ponerme la camisa e ir a unos de los peores trabajos que tuve en mi vida, CTM. Igual cada mañana temblaba un poquito antes de abrir los ojos, y suspiraba aliviado al ver ese pequeño cuarto sin ventanas del hostel aucklaniense (?). Las dos semanas anteriores consistieron básicamente en pasear todo el día, y salir toda la noche (o lo que se entiende por toda la noche en NZ. Todo cierra a las 3.30 am). Ya era hora de empezar a decidir que iba a hacer, si alquilar un depto ahí mismo con algunos amigos que conocí al llegar, o si acudir al llamado de Naty que me esperaba en Wellington. El deseo de una nueva aventura fue mayor, y así a los dos días me decidí y saqué los pasajes para la capital kiwi.




Se habrán dado cuenta que esto supera en creces la capacidad de mi memoria, acudí al post del 19/8 de TKL. (Consejos de supervivencia en Auckland ante la falta de trabajo).

No sabía absolutamente nada de lo que me esperaba ni en Wellington, ni en el resto del viaje. Recuerdo esa sensación de ser el recién llegado y el encontrarte con gente que ya llevaba mucho tiempo ahí y preguntarles todo lo que se te podía ocurrir. Hoy, ya habiendo pasado todo, y hace mucho tiempo (no llores Facundo), puedo adelantarles un poco que pasó.

Sí, ya sé que saben todo lo que pasó. La mayoría de ustedes ya leyeron todo The Kiwi Life antes, pero!, pero, estoy seguro que no lo releyeron 100 veces desde entonces como yo lo hice (No llores Facundo).

En Wellington encontré un lugar que ni en mis mejores sueños utópicos podría haber imaginado. Aún recuerdo esa fría, fría mañana cuando Nati se suponía que tenía que irme a buscar a la estación de tren porque yo no sabía el camino (ni la dirección de la casa), y me hizo esperarla 40 minutos (ella vivía a 15 min de la estación, yo viajé 11 horas y llegué a tiempo). Llegué a la casa, y fui conociendo a mis futuros flatmates (pronúnciese “flátmeits”, compañeros de casa). Y cómo olvidar al chileno ilegal que los estafaba y hablaba como cubano! Duró poco igual, al poco tiempo desapareció sin dejar rastro e hizo que nos convirtiéramos en CSI por unos días. Wellington fue una de las etapas más maravillosas de mi vida. Toda la gente de esa casa era...no quiero decir loca, pero no me sale mejor palabra….particular? Puede ser. Tanto como yo por lo menos. En la ciudad del viento lavé platos cual pulpo supersónico, vi algunos partidos del Mundial de Rugby, estuve en los festejos cuando lo ganaron los All Blacks (sorpresa, sorpresa), paseamos mucho, y amé la vida como nunca. Pero, era un viaje, no me iba a quedar para siempre ahí.




Y así partí al sur. Cruzamos en ferry, manejé en estado total de pánico por el lado contrario de la ruta y con el volante del lado opuesto al borde de un precipicio. Hundí mis pies en la arena de la playa más hermosa que ví hasta ese momento, perdí mi billetera 2 veces y me fue devuelta llena ambas veces por la policía, me compré una camioneta vieja, pasé unas navidades épicas con los Miles y el Gordo en Nelson, hicimos road-trip, nos instalamos en Cromwell. Jugé al fútbol con Vanuatus (dícese de las personas nacidas en Vanuatu. Es un país. En serio), me comí la mitad de la producción anual de cerezas de la empresa donde trabajaba, hicimos el mejor road-trip de la historia con el Gordo, Kozué (japonesa), y Ben (inglés) en la camioneta. Y llegamos a Motueka para disfrutar de los últimos dos meses del verano. Que se extendieron hasta pasado el invierno. Junté manzanas cual mono araña, jugué al fútbol en el equipo de la ciudad cual J. R. Riquelme (sí, así de malos eran todos), exploré toda la región a más no poder, tuve un romance con una kiwi más grande que yo y mamá de una nena de 9 años a quién bañé en gasoil por accidente una vez mientras le llenaba el tanque a la camioneta, fui extra en el Hobbit y me sentí Elijah Wood por unos días, casi muero en la explosión de una cocina (eso fue en Wellington pero me olvidé de ponerlo antes), hice amigos y más amigos, y más amigos. Me senté en el “porche” trasero para ver mil atardeceres, escuchar mil canciones, tomar mil cervezas, y charlar una y otra vez con todos los compañeros de casa.


And the sign said "long haired, freaky people...need not apply"


Fui feliz! Cada día era un regalo. Cada mañana me levantaba y era feliz tan sólo de despertarme ahí (igual mi cara y mi humor reaccionaban unos 45 minutos más tarde, pero la alegría interna ahí estaba). Todo tiene un fin, y ese viaje también lo tuvo. En cierta forma, en cierta otra no.

Volví a BA. Me perdí, me desoriente, me deprimí, me confundí, me recibí, me operé la vista, y me fui de vuelta. Brasil…..na nara nara nara naaaaa. Pelo afro, zunga negra, ojotas hasta para salir a pasear, más brasilero que los brasileros. Río, calor, samba, baile, morro, subida, bajada, monos, tucanes, más monos, coixinhas de frango, capirinhas, más caipirinhas, aún más caipirinhas, bondinho, fuchibol, Santa Teresa, ey Valderrama! (así me decían cuando jugaba al fútbol), playa, mar, vistas increíbles. Río básicamente.



Carioqueamos un poquito por aquí, carioqueamos un poquito por allá, y también argentineamos bastante, obvio. Mundial! Alemania-Portugal y Francia-Suiza en Salvador de Bahía. Reencuentro con los Miles también en Bahía y deseos desesperados de que meterme en sus valijas y volver con ellos a Nueva Zelanda. Argentina-Suiza en São Paulo, y los demás en la playa de Copacabana. Salvo el 7-1 de Alemania-Brasil que lo vi en el hostel con un gran grupo de brasileños (mezcla de lástima y risa, lastirrisa)

Otro hostel! Pero esta vez uno propio. Nos mudamos. Favela, Vidigal, açaí con granola. Pintura, pintura, dios tanta pintura. Renovación completa, compras, reequipar. Sistemas, trabajo. Dios cuánto trabajo! Abrimos. Un éxito. Reveillon en Copacabana (Fiesta de año nuevo. Todos de blanco. Playa, fuegos artificiales. Una locura). Carnaval. Más éxito. Mucho trabajo. Muchísimo trabajo. Sin descanso, sin paseo. Sin descanso y sin (Santa) Teresa, Facu pierde la cabeza. Visita materna, una muy necesaria. 1 semana de luz en Ilha Grande. Visita de Euge. Robado por la policía militar. Amenazados de muerte por la Policía Militar. Parado sobre una roca. A un paso del precipicio. Abajo más rocas, mar. Atrás un policía con rifle diciendo que me va a empujar. Chau Facu? No, no, aún hay Facu para rato. Ayahuasca. Ayahuasca de nuevo. Ayahuasca una vez más. Ayahuasca una última vez. Explosión de cabeza. Resolución de mil asuntos pendientes. Nuevo Facu. Hola nuevo Facu! Río ya no me hace feliz. Chau Río.


Despedida de Río


Hola Buenos Aires! Buen laburo, Córdoba, Corrientes. Visita de holandesas conocidas de Río. Renacer de un viejo “enamoramiento”. Visita de los Miles, bajada de caña sin códigos (valió la pena). Nuevos sobrinos y sobrinas. Amor por ellos. Adiós Tomi, nunca pensé que una bolsa de pulgas amarilla podía tocarme tanto y dejar un hueco enorme; por suerte estuve acá y no lo sufrí a la distancia. 

Pero ya no soy el que era cuando me fui allá por el 2011. Viajar te cambia. Para siempre. No tenés idea cuánto. No sólo vos, la gente más cercana también; mis viejos. Hola nuevos viejos!

Es la primera vez en mi vida en la que realmente soy feliz con quién soy y en quién me convertí. Los dos viajes fueron extremadamente diferentes. Pero si hay algo que aprendí, es que aún tengo más viajes por delante. Mil aventuras más. Da tanto miedo. Pánico, cada vez que me embarco. Pero más miedo me da no embarcar y no seguir haciendo lo que me hace feliz, lo que me llena. Años de confusión. A dónde voy? Qué hago? No sé. No sé. QUÉ HAGO???? Meses de investigación, miles de opciones. DESESPERACIÓN. Esta, es esta, algo en el fondo de mi alma me dice que es esta. Pedido de visa. Error, no sale. Pedido de nuevo. Miedo. Aprobada. Más miedo. Más tranquilidad también. Igual no me voy hasta dentro de un año. Y el año se pasa rapidísimo. Un año. 10 meses. 8. 6. Ya? Medio año? En serio? No, no caigo. 4. 3. 2. 45 días. 43 días, y acá estamos.

Sí. En 43 días me voy de nuevo. Exactamente a donde quiero ir. Exactamente a donde quiero pasar mi próximo año. Suena irreal. Hace más de 6 años que no me siento así. Hace más de 4 que espero algo así. Y la incertidumbre fue siempre lo más difícil. Quizás suene estúpido, pero no tienen idea lo que fueron esos años de espera. Y ahora está al caer. Soy yo el que todavía no caigo. 42 días, 21 horas. 42 días, 20 horas, 59 minutos.

Sí. Me voy de nuevo. Pánico. Felicidad.


Algo de música para ayudar a digerir la noticia.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Pueden dejar un comentario acá