lunes, 2 de octubre de 2017

The Squirrelife. Dia 2 de 365.

Dia 2 de 365 - 2 de Octubre de 2017, Kensington Market, Toronto, Canadá

Si bien recién empieza el segundo día, ya lo cambió todo. Había escrito bastante ayer por el primer día, pero hoy quiero pasarlo rápido para llegar a hoy. Ayer fue un día algo extraño, después de no dormir en toda la noche, me la pasé caminando por Toronto impulsado por la energía de un nuevo lugar y de todas las ardillas que vi (Squirrelife = Vidardilla). Pero lo cierto es que estaba completamente agotado. Fue un día muy largo (doble, no dormí el sábado a la noche). Preparar un viaje así y hacerlo es extremadamente agotador tanto mental como físicamente, y así sin descanso y sin punto de quiebre entre una vida y la otra, entre un mundo y el otro, y todo lo que hubo en el medio, no terminé de entender qué estaba pasando. 

Me acosté antes de las 10 pm y caí casi automáticamente inconsciente. Hoy me levanté 7:15, desayuné y salí a caminar por el barrio hasta que abriera Service Canada donde iba a pedir mi número SIN (Número de Seguridad Social) para poder trabajar. Hoy fue diferente. Hoy empecé acá de cero, es como cuando usas la compu mucho tiempo sin parar (dos días seguido) y a todo culo, la apagás y al día siguiente arranca, carga el Windows de cero y funciona mejor. Algo así fue, hoy empecé de cero acá y hoy pude entender realmente que llegué, y que estoy en Canadá. Me es difícil hablar objetivamente ahora porque todo conlleva un montón de sentimientos. A medida que caminaba por las calles del barrio entre casonas increíblemente hermosas con jardincito adelante quedé absolutamente fascinado. Giré a derecha, giré a izquierda y cada calle era más linda que la anterior. Me paraba en las esquinas a admirar y tuve que aprender a no hacerlo porque cada auto que pasaba se quedaba esperando a que cruce y tenía que hacerle señas para que pase tranquilo. Vi perros, gatos, ardillas, adultos sólos, adultos charlando en una vereda, perros acompañados de sus humanos, chicos en bici, y chicos caminando sólos yendo a la escuela. Vi los típicos micros escolares amarillos de las películas pero en versión bonzai. Vi casas que se notaban eran nuevas y otras viejas que de tan sólo verlas te daban ganas de sentarte en la entrada a leer un libro. “Vení, ponete cómodo, tomá, lee esto que te va a gustar”. Casas impecables y casas venidas abajo y aún así mágicas y maravillosas. Quería comprarlas y arreglarlas todas. En cada casa que estaban refaccionando, me asomaba a ver si lo veía a Jonathan Scott (ver “Hermanos a la Obra” por H&H). Cuadras llenas de árboles y casas del mismo estilo una al lado de la otra. Llegué a una escuela con un parque enorme con canchas de básquet y otras cosas que no llegué a ver porque no podía parar de mirar los aros y las redes. No pude sacar ninguna foto. Estaba como en un trance, conectado con todo lo que veía, con un mundo nuevo y no quería romperlo, no quería dejar de mirar cada detalle de cada cosa que tenía al alcance de la vista. 

Por primera vez me sentí realmente en Canadá. Cuando me alejé del centro, de las torres, de lo turístico y me adentré en lo real. Me ponía y me sacaba los anteojos de sol según si quería ver bien todo, o si la cara se me torcía por las sensaciones que me afloraban de adentro y no quería que la gente viera ni mi cara de asombro, ni los ojos llorosos, ni otros gestos incontrolables. La diferencia entre ayer y hoy es la misma de cuando ves a una persona hermosa, y cuando te enamorás. En nada, en una noche de diferencia, en una caminata de 45 minutos por un barrio cualquiera de Toronto, pasé de ver una ciudad nueva, un país nuevo, una cultura nueva, un mundo nuevo, a ser parte de él.

Llamé a un gato que no se acercó, toqué la reja baja de una casa para sentir que realmente estaba ahí, nos miramos a los ojos con una ardilla negra por un buen momento y después me vino a investigar más de cerca, yo encantado. Vi un perro negro hermoso y peludo atado a un árbol en la puerta de la escuela pero no me animé a ir a abrazarlo y tocarlo como quería porque no se como son las reglas sociales acá sobre los perros ajenos, y no quiero molestar a nadie. Por eso ya no me paro en las esquinas a boludear, y ni siquiera cruzo la calle aunque no haya autos en cientos de metros a la redonda hasta que el muñequito no se ponga en blanco. Agradezco a todos los que me dejan pasar aunque no haga falta. Es todo tan “perfecto” que da miedo tocarlo a ver si se rompe. No quiero hacer nada que pueda perturbar el balance perfecto. Da la impresión de que la amabilidad es más fuerte que el mal humor o las ganas, porque me crucé gente divina y con buena onda, y otros que no tenían un buen día, pero que al bajar la escalera mecánica del subte entre el aeropuerto y la ciudad vieron que llevaba una mochila y se acercaron para decirme que daba lo mismo el andén izquierdo o derecho porque ambos iban hacia el este. Yo de mal humor evito a la gente, ella de mal humor pensó que quizás un mínimo de información podía serle útil a un viajero desconocido. Aunque por ahora abrí varias veces el mapa y nadie vino a preguntar si necesitaba algo (punto para Wellington). Pero...ardillas (punto para Toronto). Welligton 1 – Toronto 1.



No quiero parar un segundo. No quiero quedarme más de lo mínimo indispensable en el hostel o en el cuarto. Miro por la ventana y es como estar sentado al pie del árbol y ver por el agujero el País de las Maravillas, querés saltar ya y rascarle la barbilla al gato (es raro, pero sigue siendo un gato). Quiero caminar por cada calle que veo, doblar en cada esquina, tomar un café en cada café, una cerveza en cada bar, quiero comer en cada puesto callejero, quiero subirme a cada edificio y mirar el paisaje, quiero hablar con cada persona para que me cuente su vida, quiero chamuyarme a cada mina que veo, quiero acariciar a cada perro que veo (eso no es nuevo igual), quiero todo, quiero cada cosa, no quiero parar. Viajar es como una droga, y es igualmente adictivo.

No sé aún que voy a hacer mañana. Qué digo? No sé ni qué voy a hacer después del mediodía. Lo único que sé es que esta semana me voy para Montreal, Toronto se me hace muy Auckland y por eso quiero escaparle rápido. Estoy seguro que hay ardillas por todo el país. Le agregaría a wikipedia la densidad de población de ardillas por ciudad, así me ayuda a decidir a dónde quiero ir a continuación. Admito que estoy obsesionado con ellas. Las quiero adoptar a todas.




Esto recién empieza. Día 2 de 365. En Ardillalandia

Los dejo con algunas fotos de ayer.

La primera vista de Toronto ni bien salí del subte. 

Downtown Toronto. el Centro.

Waterfront. Parte de la costanera.

Era obvio que le iba a sacar fotos a los pájaros locales. Acá un pato y una gaviota debatiendo sobre la pesca del día.


Otra parte de la costanera

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